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viernes, 29 de junio de 2012

La felicidad




De pequeño me dijeron que debia buscar la felicidad
y me perdí en el laberinto de palabras y callejas
de miradas esquivas donde no encontré su nombre.

De joven me dijeron que la felicidad esta en nuestro interior
y yo lo vi tan hueco, que me precipite en su vacío al
no encontrar mano ni riel al que poder asirme.

De mayor me dijeron que la felicidad no existe
que había que defender la alegría cuando estalla
como una hoguera que aún cuando se apaga podemos
volver a ver brillar en nuestra inevitable soledad.

Ahora se que la felicidad es una quimera, que sólo
en esos momentos, cuando he olvidado de
que tengo que buscarla,
y hablo y avanzo y río y comparto contigo
un trozo de pan o un vaso de vino
seguramente soy feliz sin darme cuenta que lo he sido.

martes, 19 de junio de 2012

Entrevista a Chus Gómez:




Chus Gómez, psiquiatra y psicoanalista. Vive en pareja. Musa del movimiento La otra psiquiatría y directora del Hospital psiquiátrico de Piñor (Ourense). Política: izquierdas. Religión: agnóstica.

Fotografía: Iñaki Márquez


Me encuentro con Chus en su casa de Vigo. En la cocina mientras se atempera el agua del te, hablamos de psiquiatría y psicoanalisis, de significantes y significados, como si habláramos del tiempo lluvioso que suele haber en Galicia. Me siento muy cómodo y ella también, la conversación fluye, sus ojos pequeños y vivos y su sonrisa inteligente y traviesa, no esconden la amistad que nos une y me recuerda aquel tópico que dice que las meigas existir no existen, pero haberlas hailas.

¿Qué es eso de la Otra psiquiatría?
La Otra psiquiatría no es una organización, quizás habría que definirlo como lo que no es, más que como lo que es. Surge de la inquietud de varios profesionales de Salud mental sobre todo psicoanalistas interesados en recuperar la clínica tradicional y el valor de la palabra, el pacto con los sujetos y su sufrimiento como herramientas fundamentales.

¿Por qué Otra psiquiatría?
Es una manera de diferenciarse de una psiquiatría con un discurso más oficialista, más biologicista, para centrarnos en la necesidad de ahondar en la psique de los sujetos de una forma más cercana y menos agresiva.

Lo menos agresivo es la escucha, además que sepamos no tiene efectos secundarios. ¿Crees que está cayendo en el desuso?
La palabra siempre ha tenido su función porque somos seres hablantes. La diferencia estriba en que hay una posición distinta en tanto opinamos que quien mejor conoce su sufrimiento es el que lo sufre, y lo que dice y los inventos que hace para remediar ese sufrimiento son valores a tener en cuenta, aunque haya que ayudarle en ocasiones para estar en mejor sintonía con el mundo que le rodea. Todos cuando sufrimos buscamos una manera de resituarnos frente al sufrimiento y aquí es clave la orientación psicoanalítica.

¿Por qué es tan fundamental el psicoanalisis? ¿Es cierto que no lo cura todo pero que hay cosas que sólo se curan desde el diván?
Freud descubrió que de alguna manera por el mero hecho de hablar todos hacemos síntomas, entendiendo síntoma como algo consustancial al sujeto y no en el sentido medico, el síntoma es de lo que se queja el sujeto y no lo que dice el medico. Síntoma es aquello que se repite como resultante de un goce en el inconsciente. Por decirlo metafóricamente, todos podemos saber que un avión ha surcado el cielo, porque podemos ver el rastro que dejó, este rastro es diferente en cada ser humano y tiene que ver con su forma particular de gozar. Cuando hablamos de gozar, no hablamos de disfrutar sino de algo que va más allá, es algo que produce un sufrimiento en la vida del sujeto y se repite porque esta anudado a algo propio de su historia. De lo que nos quejamos gozamos. Por ejemplo, el que nos guste el vino durante una comida se trasforma en goce cuando el alcohol se apodera de mi vida y destruye nuestras relaciones y nuestro trabajo, como efecto de la pulsión de muerte.

Como dice Sabina: si protesta el corazón en la farmacia puedes preguntar, ¿tienes pastillas para no soñar? ¿Considera que los psicofármacos son una mala opción terapéutica?
Las cosas no son buenas ni malas, los psicofármacos si se usan bien son estupendos, pero son sintomáticos no van a la causa, la etiología de la locura no se puede reducir biológicamente es algo mucho mas complejo que eso. Si te ayudan a dormir pues bienvenidos sean, pero el problema está en como se usan, y lo mismo pasa con las palabras, con la relación que tenemos con ese otro, creo que una mirada menos determinista ayudaría a acercarnos al sufrimiento, porque la construcción de la locura o de un delirio no es baladí, no es lo mismo una persona que considera que tiene un poder extraordinario que otra que se siente perseguida, tiene que ver con una historia, con una serie de decisiones que le hacen tirar por unos derroteros o por otros.

¿Como definiría la locura?
La locura es una condición del sujeto que estará con él toda su vida, como decía Dalí una cosa es estar loco y otra es serlo. Lacan nos recordaba que todos somos locos, pero los locos “normales” seriamos aquellos que pudimos anudar algo en nuestra vida que nos permite sostenernos de una manera ante sus bruscos embates, sin arrojarnos a los márgenes. Se trataría de poder zurcir algo e intentar ayudar al otro a zurcir ese algo que le permita sostenerse.

¿Cuando se habla del otro a que nos referimos?
Habría que diferenciar el otro (nuestro semejante, nuestro cotidiano) con el Otro (el que nos precede, el del discurso). Sin el Otro no hay locura, surgimos como sujetos de un Otro y la condición para que podamos hablar es ese otro.

¡Que locura! Es como para emparanoiarse...
La paranoia es lo que no responde a ningún psicofármaco, la han hecho desaperecer tras la etiqueta de trastorno delirante crónico, se han quitado la china del zapato pero ha quedado el agujero. La histeria es otro ejemplo, es una manera de estar en el mundo que va cambiando de forma con el paso de los años, ahora se llama trastorno disociativo, trastorno conversivo, pero sigue siendo lo mismo. Las fibromialgias, algunos cuadros anoréxicos podrían ser nuevas formas de histeria. El hecho de que algunos conceptos se hayan generalizado les ha hecho perder su contenido real, es como la depresión que ahora mismo esta totalmente vacía de contenido, estar triste, estresado, inquieto es estar deprimido sin decir nada concreto del sujeto y de sus circunstancias. El significante, la etiqueta, acaba por sustituir y ocultar la realidad.

Vamos que como decimos en Nikosia ¡¡las etiquetas son para la ropa!! Desde su experiencia y conocimiento ¿como se podría reconocer a un loco?
Para mi la locura es una manera distinta de estar en el mundo que esta condicionada y construida sobre la certeza de algo inamovible. Hay una frase que dice que la normalidad es la locura de todos y la locura es la razón de uno. Sería aquello que es imposible compartir con el otro porque tiene que ver con la certeza de uno, sin entrar en el terreno del error o de la mentira o de la duda, sin poder salir de ahí.

Conozco muchos de esos y no precisamente han estado tras los muros de un psiquiátrico...
Los peores muros son los ideológicos, de los prejuicios, los mitos, aquellas ideas que construimos. La locura no es una enfermedad en el sentido medico de la palabra y definirla así tiene que ver con una postura ideológica.

Hoy en día se dice que hasta las ideologías son líquidas. ¿Considera que en nuestra sociedad padecemos de una profunda crisis de valores?
Estamos viviendo un momento de transición los valores mas tradicionales están evolucionando desde la evolución de la institución más antigua como es la familia. Existe una perdida de valores por la forma de gozar de cada uno, de este individualismo global con el que somos bombardeados y desde el momento en que la violencia social pasa a un primer plano, con los derechos del otro siendo pisoteados constantemente. Por otro lado creo que nunca ha existido un sentimiento solidario tan enorme como ahora.

Y en este marco tan cambiante ¿hacia donde va la psiquiatría?
La psiquiatría va donde está ahora. Si la religión y dios ha desaparecido la ciencia ha ocupado su lugar. Tras el sueño de que la ciencia fuera capaz de erradicar el sufrimiento humano, y si la locura es lo mas humano que existe y es imposible de erradicar, deberíamos intentar mirarla de otra manera. Si algo debiera ocurrir para nuestra especialidad es que hubiera un resurgir del uso de la palabra en contra de la falacia de la farmacología y su respuesta.

Muchos colegas suyos la considerarían una nostálgica o una loca ante esta afirmación. Para acabar esta entrevista. Si todos somos locos... ¿por qué senderos transcurre su locura?
Estoy loca por los locos (risas), me apasiona la locura y los habitantes de ese territorio. Mi relación con ellos es muy normal porque se rige por la búsqueda del trato en vez del tratamiento. Hay un profundo respeto y por tanto de mi relación se desprenden momentos de risas, enojo, tristeza, lo normal cuando te relacionas con personas, que al fin y al cabo es lo que sois.

Muchas gracias y hasta siempre.

jueves, 14 de junio de 2012

El diario de los invisibles. Revista 7set7




Hace 45 años nacía Juan Carlos en el seno de una familia humilde. Afirma que sus primeros recuerdos de infancia son de plenitud, a pesar de que su padre les abandonó cuando él tenía sólo unos meses y a pesar también de que el virus de la meningitis le atacó dejando en él un retraso sensorial e intelectual importante, su madre, con la ayuda de sus abuela, se esforzó por sostener el equilibrio en una familia erosionada en lo precario. Elude hablar de su etapa formativa, afirma que su escuela ha sido siempre la vida, intuyo que crecer en los años 70 con una discapacidad reconocida de un 45%, que le dificulta pronunciar con claridad, no debió ser nada fácil. Los niños, ya se sabe, pueden ser muy crueles.



La calamidad, no obstante, empieza durante su adolescencia. A los 14 años su madre adquiere una extraña enfermedad y Juan Carlos dedica, desde ese momento y hasta cumplir los 28 años, por entero su día a día a cuidar de ella, a devolverle de la mejor manera posible los cuidados que tan amorosamente le había dedicado su madre. Sus hermanos y hermana están demasiados ocupados y sus intentos, afirma Juan Carlos, de cuidar a su progenitora resultan torpes o equivocados. Cuando finalmente la madre fallece Juan Carlos siente como su vida ha perdido el sentido y desde entonces avanza dando tumbos, de aquí para allá, conviviendo con un sentimiento de extrañeza y vacío que transforman su vida en un periplo por los infiernos de la soledad.

Antes de esta entrevista me había cruzado con Juan Carlos en algunos bares de Rubí, siempre parecía mostrarse alegre, desenfadado, hablando de los temas típicos que se hablan en esos lugares: el último partido del Barça o del Real Madrid, del mal gobierno de Zapatero y de Rajoy, etcétera. Juan Carlos afirma que le gusta estar con gente, que le gusta hablar y escuchar, que le gusta compartir con aquel que se preste un rato jugando a las cartas o una cerveza. De familia le queda poca, su hermana y un hermano alcohólico, con quienes apenas tiene relación. Su padre ausente ya murió. A otro hermano simplemente lo ha borrado de su vida, aunque no me explica el porqué. Su verdadera familia es un grupo variable de personas anónimas formado por aquellos que no le rechazan por su discapacidad y que se detienen a hablar con él.

Su discurso es un constante viaje en el tiempo en el que salta del pasado al presente con pasmosa facilidad. Sólo se detiene para posar la mirada sobre el café con leche como tomando aire o si quisiera leer entre las burbujas de la crema algo sobre su futuro más inmediato, del cual le preocupa donde podrá llevarse algo a la boca. Cada mediodía va religiosamente al comedor de Caritas donde afirma que suele quedarse a limpiar una vez acabado de comer. El problema está en el desayuno y en la cena. Esos momentos, la salida del sol y su puesta, como prueba evidente de que la vida continua inalterable en lo precario, en los que intuyo que el sentimiento de soledad se acrecienta, hasta el punto de buscar asideros en rostros y voces apenas conocidos, que con suerte le invitaran como esta mañana a tomar un café.

Juan Carlos sostiene que lleva dos años sin trabajar, desde el 2010, año en el que cerró el Frankfurt donde estuvo casi un año tras la barra. La mayoría de sus trabajos han sido sin contrato. Ferias, bares, buzoneo, reflejos de una vida itinerante, en busca de un goce perdido, de un calor humano que añora y que seguramente no volverá.

Hay noches en las que se sorprende llorando. Afirma que es porque el recuerdo de su madre viene a hacerle compañía y se queda un rato con él. Estos sentimientos lo han llevado en ocasiones al Centre d'Orientació Sanitaria, Ferran Salsas i Roig de nuestra ciudad. Le han mandado tratamientos: antidepresivos, ansioliticos; de los que reconoce haber abusado como método infructuoso para reencontrarse con su madre.

Es lo que le queda. Su memoria a veces ágil y otras más torpe. En una vida como la suya atravesada por la discapacidad y la tragedia, la memoria le devuelve el rostro de su madre como ancla para no perderse del todo. Le pregunto que cambiaría si un genio le ofreciera tres deseos. Juan Carlos posa la mirada en el café y al levantarla hacia la mía me dice sin titubear:

Si tuviera una varita mágica, me desprendería de la enfermedad, volvería al pasado sabiendo lo que ya me ha enseñado la vida y me reencontraría con mi madre... Creo que así podría llegar a ser feliz.”

martes, 5 de junio de 2012

Cambio de paradigma: de la utopía a la necesidad.




Corría el año 1980 cuando se publicaba el DSM III. El conocido manual salía a la venta con el firme propósito de cientifizar una disciplina como la psiquiátrica, que en aquellos tiempos no andaba por el mejor de sus momentos, pues experimentos como los realizados por David Rosenhan ponían en evidencia la falta de objetividad y la invalidez de las herramientas existentes hasta la fecha para la práctica clínica. La clasificación estadística, la descripción de síntomas, por tanto, surgió como un deliberado intento por parte del los nietos de Kreppelin por hacerse valorar como el resto de SABERES médicos. Durante las tres décadas siguientes el dominio de dicho SABER fue absoluto. Se han destinado millones de euros a la infructuosa búsqueda de esos genes tan traviesos y esquivos que explicarían la tara, el fallo biológico aún desde antes de nacer. Se han gastado lo equivalente al presupuesto entero en sanidad de un país como Guatemala con afán de investigar al cerebro y a sus conexiones. Hoy en día después de tanto dinero invertido sabemos que los genes mutan, cambian, evolucionan con el poder de una palabra, de una caricia. Que este cambio tiene una reacción en nuestro cerebro y en todo nuestro organismo, que un acto de amor, simple, sencillo, gratuito, como es todo acto amoroso, es una de las herramientas más poderosas que tienen los profesionales de la Salud Mental para aliviar el sufrimiento. 
 
Fotografía: Asun Pie Balaguer.

Recuerdo como durante el ingreso en psiquiatría de una de las personas más importantes que hay en mi vida, me explicaba que los mejores momentos – a parte de las visitas- eran aquellos en los que una enfermera, Chus, amante de la literatura, reunía a los pacientes interesados en una de las habitaciones y les leía al acabar su turno cuentos de Jorge Bucay, de Alejandro Jodorowsky, etcétera. La implicación de aquella mujer, que había vivido con resignación una reforma psiquiátrica inconclusa y, según parecía, del todo estancada, era porque distinguía en las miradas de sus oyentes, en los abrazos que le daban en ocasiones al acabar, en las palabras que le dirigían, un placer, un agradecimiento, una compresión más saludable que cualquier protocolo que se realizara en aquella institución. Al menos para esa persona tan importante en mi vida era así, y quizás sólo por ella, aunque seguro que no era la única, ya valía la pena hacer ese esfuerzo.

El papel de un profesional de la salud, y más en un campo donde las emociones están tan a flor de piel, de forma, a veces, tan descarnada, cuando parece que la palabra no sirva porque se han partido los significantes y el diálogo se atore y se estanque o se eleve hacia universos improbables por una de las partes, dificultando la comunicación hacia límites insólitos, debería ser el de aquel que tiende puentes donde sólo había océanos insondables, aquel que convierte a esa isla en una península, sin fracturar el débil estado de alguien que seguramente lo que más necesita en su vida es ese amor castrado, esa comprensión negada, hasta el punto de negar, en ocasiones, aquellas señas de identidad que le han servido durante años para sostener un sufrimiento no resuelto.

Después de más de 30 años donde lo importante, lo relevante, lo único a considerar era el hecho de aceptar un diagnóstico, promover la toma del tratamiento, paliar los síntomas visibles como si fueran causados por obra y gracia de un cerebro malfuncionante que por causas biológicas desconocidas, pero aceptadas por casi toda la comunidad científica, convertía la vida de un paciente y la de su entorno en un infierno. El acompañamiento, la contención emocional, esos actos de amor que humanizan el trato y acercan al profesional a aquel que le necesita no estaban en la agenda. Así las cosas cuando algún atrevido hablaba de la necesidad de un cambio de paradigma en salud mental era tachado de loco o de anti-psiquiatra. Mientras tanto las contenciones mecánicas, los tratamientos forzosos, los ingresos involuntarios sustituían a la falta de implicación, a la ignorancia y en ocasiones también a la desidia. Hoy en día por desgracia siguen vigentes en toda institución con la más arcaica actualidad. Y es que desde, que en en el 2006, la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad nos situara en el mismo plano legal que el resto de la ciudadanía, dichas medidas coercitivas ponen en evidencia que aún persisten en el imaginario colectivo -también en el sanitario- ideas que asocian locura y incapacidad para decidir o comprender que es lo mejor para uno mismo. Porque el problema no está en el paciente, está en su cerebro, y nadie: ni afectado, ni entorno, ni sociedad, ni nada relacionado con su biografía es responsable de que esos neurotransmisores se hayan alterado. Así que hay que tratarle quiera o no quiera, es por su bien. Sinceramente, esta idea tan extendida y de un biologicismo extremo me parece tan simplista y reduccionista, de un paternalismo tan abyecto, que sólo puede ser fruto de un delirio.

En la actualidad recientes estudios demuestran como en un 85% de los casos un antidepresivo es igual de efectivo que un placebo (Whitaker, 2010), claro que el placebo no provoca disforia tardía; que los más modernos y caros neurolépticos son igual de efectivos que un antipsicótico de primera generación (Kendall,2011), pero que donde realmente se cura a los pacientes es con modelos comunitarios o de espíritu similar a las casas Soteria; que la Big Pharma manipula y falsea resultados e investigaciones; que en el tercer mundo, donde carecen de los recursos del todopoderoso occidente, dos tercios de las personas afectadas por una psicosis logran superar el trastorno frente al tercio que la supera en nuestra civilización (Read, 2006), donde los problemas de salud mental se han convertido en la mayor pandemia del siglo XXI. Ante este panorama quizás debamos hacer todos una reflexión conjunta sobre la necesidad de un cambio de paradigma. Y cuando digo todos, digo todos los agentes que estamos en esta entelequia llamada salud mental, que poca gente sabe definir, pero que a todos los afectados nos remite a un sistema que parece ser más industrializador de enfermedad que generador de salud.

Por mi parte, como escritor y periodista, experto en esto de la locura como respuesta a un diagnóstico con el que nunca me llegué a identificar del todo, pienso que ya va siendo hora de decir NO. NO a prácticas inhumanas como la contención mecánica, que van en contra de la legislación internacional que nuestro país ha refrendado. NO a la falta de escucha, a la falta de interés, a la falta de implicación, porque sin ellas, es imposible ayudar a nadie, sólo desde un trato amable, horizontal y honesto es posible acercarse al que sufre. NO a la desnaturalización de los padeceres cotidianos, a la patologización de las conductas humanas, a la cronificación de una etiqueta diagnóstica contra la propia voluntad. NO a los tratamientos involuntarios y al resto de medidas coercitivas que se realizan por el bien de un paciente que tiene todo el derecho del mundo a no querer ser curado de aquello que sólo los demás considerar una enfermedad. NO a una mirada exclusivamente biologicista sobre los problemas que atañen a las personas y sus comunidades. NO, en definitiva, a todo aquello que nos acerca cada día más al Mundo féliz de Aldous Huxley, cuando la felicidad -como decía Mario Benedetti- al menos en mayúsculas no existe, y si existiera en minúsculas sería parecida a nuestra breve pre-soledad.

Podemos decir NO, pienso que es nuestro deber como personas, como seres humanos comprometidos con el alivio del sufrimiento, sin pretender cambiar el mundo. Un poco como aquella enfermera, Chus, de la que hablaba anteriormente. Alguien que no teme salirse del estrecho sendero del protocolo establecido para regalar un poco de sabia compañía, aderezada con tientos de cariño, a aquellos que más los necesitan. Al final, el cambio de paradigma, si llega a suceder, será por el conjunto de pequeñas acciones como esta. Porque son las pequeñas acciones, las pequeñas cosas, las que mueven y dan sentido al mundo.







lunes, 4 de junio de 2012

Con la cabeza sobre las tablas

Con la cabeza sobre las tablas

Ortzai acoge esta tarde la última función de 'Ella', una obra creada e interpretada por personas con problemas mentales

03.06.12 - 02:34 -


Apenas queda un cuarto de hora para que empiece la función en Ortzai. Siete intérpretes escuchan unas últimas indicaciones del director y, enseguida, empieza a entrar el público en el local del 39 de la calle Pintorería. Todo está controlado. O casi, ya que el respetable no se espera que el responsable del espectáculo, Antonio Masegosa, le someta a una serie de entretenidas pruebas. Pero es que se trata de «teatro foro y queremos establecer un diálogo no verbal, sino teatral». Por eso los asistentes pueden salir a escena tras la función y hacer sus aportaciones, tal como lo han hecho durante nueve meses los actores. 
 
María, Irma, Txell, Raúl, Eugenio, Verónica, Almudena, Izar, Sandra, Alba y Oscar han sufrido problemas mentales y han participado en la creación colectiva de 'Ella'. «Está basada en vivencias personales de cada uno de ellos, que explicó historias de opresión y la suma creó el argumento del espectáculo. Era complicado sintetizar, porque la salud mental abarca muchas cosas», razona Masegosa. 
 
 
 
«Queremos luchar contra el estigma», subraya el director de la compañía catalana Pallapupas. Y destaca la predisposición del grupo, que ha creado diversas improvisaciones «que luego unimos. Es complicado, porque trabajamos con mucho material suelto», apunta Masegosa. 
 
Los artistas, ataviados con unas batas de pacientes, son sedados por un médico que aparece en escena con una gigantesca cápsula de «Tranquicida, para dormir toda la vida». Pronto, todos están dormidos. «La obra está posicionada hacia un extremo, es su visión de la medicalización de la salud mental», apunta el director. En el argumento, se unen dos aspiraciones de una mujer, «el deseo de hacer teatro y otro más fuerte, que es decidir por ella misma». 
 
Hablando de decisiones, la idea de Pallapupas empezó con payasos de hospital, «a raíz de que nuestra presidenta vio en una habitación la capacidad de transformación y energía que tenía uno de estos artistas. Entonces surgió el proyecto de crear una organización con este tipo de metodología». El director agrega que actualmente la ONG atiende 16 hospitales y centros sociosanitarios en Cataluña. Además del trabajo en los centros médicos, Pallapupas también busca «sortear barreras en pacientes de salud mental». 
 
Claro que los artistas tienen que lidiar con otras cuestiones, relacionadas directamente con las tablas. «Para la mayoría, es la primera vez en escenario. Intentamos que el resultado y la calidad sea profesional, pero valoramos mucho el proceso creativo, que permite ver la salud mental de otra forma y luchar contra el estigma», comenta . 
 
 
 
De gira
Pero lo cierto es que la labor artística está funcionando y «tenemos muchas peticiones para actuar fuera de Barcelona». En la parte negativa, el director sentencia que «estamos en una sociedad que nos incapacita para el teatro del oprimido. «Hay una invasión de cerebros: la tele nos presenta una estética y nos anula como creadores», explica Masegosa, que aboga por «potenciar las capacidades artísticas e imaginario».
Para el director, estas funciones forman parte de «un proceso personal muy interesante. Al ser una pieza interactiva, el público da su opinión y visión de la obra, que mejora con estas aportaciones. Va avanzando y cambiando en función de las propuestas de los espectadores», describe. 
 
Masegosa indica que «es un reto ir de gira, porque cualquiera puede tener un trastorno. Es un reto personal, y este es el primer viaje largo, de cuatro días, pero son profesionales. Y personas, sobre todo».
 
'Ella' se despide de Vitoria con una última función, a las 18.00 horas de hoy.