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jueves, 31 de marzo de 2011

LO QUE DUELE NO ES RENDUELES, ES LO SOCIAL.


No os voy a mentir, llevo días inquieto, medio descabalgado por la impaciencia que siento ante la (espero, deseo y confío) inminente llegada de los primeros ejemplares de mi libro: Levántese quien pueda y otros relatos. Ante esta situación me he visto asaltado por ideas delirantes que he ido devolviendo a su status de irrealidad a lo Rafa Nadal, tanto con drives como con algún que otro revés. Una enorme inseguridad se había instalado en mi mente e incluso, ante las maravillas que he ido leyendo por esta blogosfera, había llegado a dudar de mi capacidad para articular un discurso firme y bien estructurado. Sólo me sentía bien cuando interactuaba con otras personas: familiares, amigos, colegas, vecinos, etc. De alguna forma cuando surgía el diálogo, cuando compartía un ratico con aquellas personas volvía a ser el de siempre (alguien atento y divertido, con un punto zalamero y dos orejas dispuestas a escuchar). En soledad, he llegado a sentir envidia al leer algunos textos como este, este, este, este o este otro. Y como no pretendo andarme con rodeos os explicaré que esa envidia era de lo más incómoda, porque lo único que me mostraba era mi limitación actual.

En fin, a lo que iba, que un gran amigo me ha enviado esta mañana una entrevista a Guillermo Rendueles de la que aconsejo su lectura y debate. En ella trata, a parte de alguno de sus clásicos (como su opinión sobre la fibromialgia), también otros temas de los que quiero destacar la necesidad de reivindicar los vínculos que existían en los grupos naturales o tradicionales, basados en la solidaridad, en el respeto, incluso – a pesar de autoconsiderarse libertario – si estos grupos pertenecen al ámbito religioso; porque tras el individualismo que institucionalizó sistémicamente la postmodernidad, va siendo hora de plantearse recobrar una cierta moral o una cierta ética social, colectiva y humanitaria.

Afirma el tipo: La cantera en que se forja esa gran clientela de los centros de salud mental es el trabajo precario y el entramado de un moderno intimismo que rompe con la antigua pertenencia a grupos naturales. Antes se sabía que al trabajo se iba a sufrir, quiero decir que, aunque había algunas cosas buenas, como el trato con los compañeros, se asumía que el trabajo producía malestar por la explotación en que se basaba, pero a nadie se le ocurría pensar que el gerente o el capataz, además de explotar, te iba a perseguir.
Los nuevos espacios de trabajo, esos panópticos donde no hay barreras visuales, han individualizado al trabajador y reducido su mundo, haciendo desaparecer cualquier concepto del nosotros grupal. El sufrimiento laboral se ha convertido en un malestar íntimo y se ha reinterpretado en términos subjetivos: “Es la encargada que me quiere joder”, “es el jefe”, “son los compañeros”...
Y creo que este proceso se ha producido en todos los ámbitos: en la vida con la pareja, en la vida de la barriada ciudadana….Al no tener una narración colectiva, se percibe la realidad desde una especie de narcisismo de las pequeñas diferencias, se piensa: “Solo a mí me pasa esto”. En esa insociabilidad intimista solo se puede expresar el dolor psíquico en términos de enfermedad mental, considerarte depresivo, distímico. Pues la única identidad que te posibilita entender ese sufrimiento fuera del sentimiento del nosotros obrero es la de frágil y enfermo individual.
Por otra parte, los medios imponen un estándar muy alto de felicidad. Ves la televisión y todo el mundo parece feliz, puedes pensar que el único que está por la mañana hecho un Cristo eres tú, que el único que ha dormido mal eres tú o que el único que tiene mal sexo eres tú. La sociedad del espectáculo promete y fomenta felicidades. Viene a decir: “Si tu vida es una mierda y los que muestra la televisión están tan contentos y viven tan bien, algo está pasando en tu interior que te impide gozar, quizá el médico te pueda ayudar”.

Y un poco más adelante continúa: Vivir sin vínculos es la receta que da el individualismo. Individuos que floten en esa sociedad líquida de la que habla Bauman, como barcos que anclan una temporada en una ciudad o en una relación de amistad, sabiendo que pronto han de navegar a la búsqueda de otro puerto, y que por ello no conviene atarse a ningún amor o compromiso duradero. ¿Cómo se recrean los vínculos? Esa es la pregunta del millón.
Ojalá alguien supiese cómo y qué recuperar. Pienso que, por malo que sea, cualquier red social tradicional, cualquier vínculo, es mejor que el desierto afectivo posmoderno. Por malos que sean los sindicatos que hay, no los echemos abajo, por malas que sean las redes religiosas, por malas que sean las familias, resistir es la consigna. Porque lo otro es ese proceso de individuación que para ser aguantado desde la fragilidad de los sujetos va a hacer necesarios a médicos, psiquiatras y nuevas servidumbres ante las cuales las antiguas nos van a parecer nimiedades. Quiero decir, que entre la laxitud con la que se tomaba, cuando yo era chaval, lo de irse a confesar —que todo el mundo se lo pasaba por los huevos—, a lo que hacen ahora los que van al psicólogo cada 15 días y viven sus vidas como enfermedades a consultar, hay un abismo radical.

Y después de este “laborioso” corta y pega, la pregunta que me asalta es ¿Y ahora que coño digo yo?

Desgraciadamente cualquiera diría que el panorama está tan negro como se pinta, que no hay colectividad, ni ética, ni moral, más allá de algunas pocas y honrosas excepciones. Pero, qué queréis que os diga, es cierto que la mayoría de las personas viven en una especie de continuo honanismo mental, que como decían en tiempos de Franco les ciega lo suficiente como para no reconocerse en el otro. Es más, si tenemos que hacer caso a los medios de comunicación, esta vida es como un enorme supermercado de posibilidades individuales, en las que traicionar, mentir, falsear, manipular -y demás sinónimos- son herramientas legitimadas para poder llegar a final de mes. Así las cosas, no es que seamos extraterrestres, es que estas cosas son las que caracterizan al ser humano del s. XXI y su terrible soledad, de cuya presunta independencia, sólo se acaba extrayendo más dependencia en todos los ámbitos de la vida...

...Ayer celebramos el 8º aniversario de Radio Nikosia. Fue una cena donde celebramos muchas cosas, pero quizás la más importante sea haber podido llegar hasta aquí, prácticamente sin ayudas, desde hace tres años, precisamente el tiempo que llevamos siendo Asociación sociocultural. En aquella sala, pequeña y acogedora, ténuemente iluminada, con la música del duque blanco acompañando las primeras risas y los primeros diálogos, se respiraba satisfacción, alegría, entrega, solidaridad, respeto. Todos los que estábamos allí habíamos llegado en diferentes momentos de la historia de Nikosia, pero el vínculo que nos había unido con el tiempo, iba más allá de una lucha o una idea. Todos: con nuestras diferencias, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones, con nuestros buenos y malos momentos, con nuestras ganas y nuestra desgana, con nuestra alegrías y nuestras penas, sabíamos que podíamos contar los unos con los otros. ¿Para qué? Pues para llamarnos y compartir un rato, unas palabras, y poder así reconocernos en el espejo de ese otro, que sin ser profesional de salud mental, es capaz de entender con precisión aquello por lo que estas pasando y darle la vuelta al delirio con algo tan simple como un abrazo sincero. Nuestros principios morales o éticos son tan antiguos como el hommo sappiens, de nuestra mutua necesidad del otro nace nuestra fortaleza, nuestra identidad colectiva, nuestra sabiduría. Allí, entre tantos amigos, es imposible no sentirse orgulloso, agradecido, en comunión con lo que te rodea. Allí, con mis compañeros -aquellos que como yo se han sentido tantas veces desamparados- es imposible no sentir esperanza.

martes, 29 de marzo de 2011

EL EQUILIBRISTA.





Quince metros, sólo quince metros le separaban de la gloria. Un breve trayecto, un tránsito que en otros tiempos hubiera sido la menor de sus preocupaciones, pero que en aquellos momentos se convertía en un reto difícil de superar. Él conocía de memoria, tenía totalmente interiorizada la dinámica del espectáculo que empezaba al subir aquella empinada escalera con la agilidad de un mono, saludar desde la plataforma y, después de respirar hondo, dar el primer paso de una serie que le llevarían por sobre las cabezas de los espectadores hasta la siguiente plataforma. Sólo había una regla: nunca, bajo ningún pretexto, debía mirar hacia abajo. Lo demás se reducía a recibir los aplausos y las ovaciones del respetable, a saludar con la alegría y el orgullo del deber cumplido, algo que había hecho cien o mil veces y que sin saber por que aquella noche le inquietaba sobre manera.

Aturdido y atenazado por la ansiedad esperaba su turno en el camerino atestado de payasos y amazonas intentando no pensar en lo que estaba en juego. Desgraciadamente, la sensación de que un nudo le oprimía el pecho le crispaba las manos sudorosas y le tensionaba las piernas, haciéndolas botar inconscientemente. Nadie le prestaba atención, todos parecían estar demasiado ocupados, cada uno preocupado de su actuación. Si al menos ella le dijera algo, si al menos ella lo mirara, quizás, tendría una ilusión para enfrentar toda aquella situación de pánico contenido. Una mirada o una palabra como válvula de escape, como salida de emergencia por la que expulsar tanto sentimiento desagradable, como solida estructura sostenedora de la red invisible con la que asegurar su vida para siempre.

Quedaban pocos minutos para su número, el número estrella de aquel pequeño circo que había apostado fuertemente por él. Señoras y señores, aún nos queda otra sorpresa, ¡aún más difícil todavía!, ¿están preparados? ¿Alguien de ustedes sería capaz de caminar sobre el abismo, con la muerte susurrando a sus espaldas? No, no podrían, ni yo tampoco he de confesarles. Sólo él puede retar a la gravedad, sólo él puede vencer al vértigo. Con todos ustedes el hombre sin miedo, el hombre de hielo, aquel que desafía a las alturas, aquel que cruzará de punta a punta de la carpa, sin más apoyo que su talento y valentía, por encima de un cable de sólo tres centímetros de grosor. ¿Quieren saber de quién estoy hablando? Estoy hablando del Eeeeequiiiii-libristaaaaaa. Cada noche la misma cantinela. Cada noche obligado a salir y repetir la osadía de enfrentarse a la gravedad, para conseguir retener el aliento de niños y mayores. Seguía sin saber porque, pero algo le decía que aquella era diferente. Quizás, pensó, el miedo le había asaltado como un atracador, había descongelado la sangre de sus venas, descubriéndole algo que siempre había sabido y que nunca le había detenido, que una noche como esta la muerte podía ganarle definitivamente la partida con un mal paso y que en ese preciso momento acabaría su historia para siempre. Ya nunca podría encontrar a aquella persona a la que amar, ya nunca podría tener a ese hijo que lograra el número de malabares imposible, consiguiendo que la bola se quede suspendida en el aire, desafiando toda ley y todo principio, que lograra que la magia fuera más real que la propia realidad.

Ella siempre le había parecido la más bella de toda la compañía. Admiraba su destreza para mantenerse de pie y a la pata coja sobre el caballo al trote. Tanto en la actuación de ella como en la suya el equilibrio era una parte esencial para no acabar en el suelo con el cuello partido; por su disciplina, por su esfuerzo, por ser hijos del circo, de alguna forma eran iguales. Cuando ella lo acompañó a aquel pequeño restaurante y cenaron a la luz de las velas, el tiempo se detuvo para él. Nunca la había visto tan radiante, tan hermosa, su pelo castaño coronado por aquella corona de violetas conseguía destacar una mirada brillante y tierna, tan cercana que podía distinguirse en su reflejo. La velada acabó en la caravana de ella, con sus manos separándose lentamente de las de él, como si se negaran a deshacerse del todo de aquel vínculo carnal que los había unido durante unas horas. Desde aquella única noche algo pareció enfriarse, ella lo rehuía, y él no encontraba la forma de estar a solas con ella. La soledad más desolada se instaló en su corazón y, junto a ella, el miedo, la pena, el dolor se clavaban en sus entrañas como puñales invisibles.

Había llegado el momento. La entrada de los clowns con el camión de bomberos era la señal de que era el próximo en actuar. El espectáculo llegaba a su final por todo lo alto. Él se levantó como se levantaría un espectro, atrapado por su particular maleficio, se acercó hasta la puerta y esperó que el maestro de ceremonias le diera paso con la emoción del respetable traducida en una gran ovación. Saludó al público, como cada noche, y subió con la agilidad de un mono hasta la plataforma. A partir de ese momento la suerte estaba echada. Un escalofrió le estremeció en el momento de dar el primer paso, el más importante, no obstante no quiso volver a la plataforma y después de un breve balanceo pudo dar el siguiente paso. Un profundo silencio se había instalado en la carpa; un silencio respetuoso y turbado, de misa o cementerio, y muchos, incluso, contenían la respiración por temor, a que ésta pudiera hacer resbalar del cable a aquel hombre que se jugaba la vida, para hacerles vivir algo diferente a las rutinas de sus vidas. Ese hombre que seguía avanzando de forma mecánica, sin pensar en nada, que estaba a punto de llegar a la mitad del recorrido, precisamente la parte más peligrosa de ese breve viaje. Apenas siete metros le separaban de la plataforma, siete metros y habría conseguido una vez más el reconocimiento de todos los espectadores, siete metros que, se sorprendió pensando, no cambiarían nada, que su vida seguiría siendo la de siempre, una apuesta constante contra el abismo y la nada. Aquel pensamiento le hizo perder durante unos instantes el equilibrio, estremeciendo a propios y extraños. Él no lo sabía, pero todos en el circo: actores, amazonas, payasos, domadores, malabaristas, estaban atentos al siguiente paso. Su tribulación no había pasado inadvertida, pero no era la primera vez que algún miembro de la compañía se encontraba indispuesto y nunca se había hecho nada, el espectáculo era lo único que importaba, el espectáculo debía continuar. Ella, en medio de todo el grupo se sorprendió llorando, estaba aterrada. Llevaba semanas rehuyendo a nuestro protagonista, porque nunca antes había sentido algo así por un hombre. Es más, desde aquella noche de amor se había sentido tan extraña, que fue a visitar a un médico. Éste le anunció que estaba embarazada. Ella no se lo había comentado a nadie, no sabía que hacer, quizás, pensaba, después de tanto desplante él la rechazaría por puro despecho. Tendría que abortar o ser madre soltera lo que significaba dejar el mundo del circo. Mientras tanto el padre de su bebé estaba jugándose la vida a la desesperada y ella no sabía que hacer. Sin pensar en lo que hacía, si estaba bien o estaba mal, ella corrió hasta el centro de la escena y gritó el nombre de él. Él reconoció su voz, pero no era capaz de responder, no debía mirar hacia abajo, quedaban sólo 5 metros para llegar al final. Ella se encaramó por la escalera hasta la plataforma de llegada y desde su misma altura le pidió que llegara hasta ella, que lo amaba, que lo amaba como no había amado nunca a nadie en el mundo. Aquellas palabras sacudieron la mente y el corazón de él, que detuvo su camino, como si se le hubiera detenido el corazón. Durante un momento tuvo la sensación de que le abandonaban las fuerzas, que se le nublaba la vista y que desfallecía. Pero sólo fue un instante imperceptible para la mayoría. Un nuevo paso le puso de nuevo en camino. Su mirada fija en la mirada de ella, como si ambas se hubieran encontrado en mitad de un túnel o se hubiesen reconocido en medio de la niebla. Tres metros, dos, uno. Ella lo recibió con un abrazo que provocó el aplauso más atronador que se había vivido nunca en aquel pequeño circo. La gente estaba enloquecida, aullaba de pura emoción. Ellos, como si estuvieran solos en una isla perdida en quien sabe que cielos, se besaron y se prometieron amor eterno. Él le dijo a ella que nunca había pasado tanto miedo. Ella le miró con dulzura y le dijo que no se preocupara, que ella estaba a su lado, que siempre lo estaría, que  en ocasiones, a lo más oscuro, amanece el amor.

sábado, 26 de marzo de 2011

MI PRIMERA ENTREVISTA COMO ESCRITOR.

Os dejo el enlace de la primera entrevista que me han hecho como escritor. Ha sido la primera y seguramente la mejor. Espero que os guste.

El fil de la troca.


Abrazos!!!



viernes, 25 de marzo de 2011

ESCOHOTADO A ESCOTE.

HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS

FENOMENOLOGÍA DE LAS DROGAS
Tranquilizantes «mayores»
Posología
Efectos subjetivos
Principales usos


Dentro de esta rúbrica se incluyen unos doce grupos de sustancias consideradas útiles para tratar la depresión, la manía y, en general, lo que hoy es denominado psicosis por contraste con neurosis. Como han sido sometidos a fiscalización internacional, y se venden a veces sin receta en la mayoría de las farmacias, resulta imposible calcular siquiera sea de modo aproximado la enorme producción mundial contemporánea. Sí debe indicarse, con todo, que el coste de su elaboración es mínimo, y que se emplean también como adulterante o «corte» de drogas ilícitas. Entre los más conocidos están las fenotiazinas (reconocibles por la terminación zina), el haloperidol y la reserpina, comercializados con docenas de nombres distintos en cada país, como Largactil, Meleril, Eskazine, Deanxit, Modecate, Decentan, Thorazine, etc.
 
Posología
El principio general de estos fármacos es inducir una reacción que en altas dosis constituye catalepsia, por reducir el consumo de oxígeno en el tejido cerebral. Con frecuencia requieren varios días de administración para desplegar su potencia. El margen de seguridad varía considerablemente entre grupo y grupo, aunque suele ser inferior al de los opiáceos y sus sucedáneos sintéticos. Bloquean o destruyen algunos de los principales neurotransmisores (dopamina, norepinefrina, serotonina).
La entidad de los efectos secundarios aconseja a menudo la hospitalización inicial del paciente. Entre ellos están: parkinsonismo, destrucción de células en la sangre (agranulocitosis), obstrucción hepática con ictericia, anemia, excitación paradójica, vértigos, visión borrosa, retención urinaria, estreñimiento, irregularidad menstrual, atrofia testicular, alergias cutáneas, arritmias cardíacas, congestión nasal, sequedad de boca, bruscos ataques de parálisis muscular, trastornos de peso (desde una marcada obesidad a pérdida de masa muscular), discinesia (movimientos rítmicos involuntarios de boca, lengua o mandíbula), síndrome maligno con hipertermia y muerte repentina inesperada.
Como no es necesario administrar dosis altas para que tales efectos se produzcan, y la tolerancia se establece con rapidez, los llamados tranquilizantes mayores pueden alinearse entre las drogas muy peligrosas. Ningún grupo de psicofármacos crea en clínicas tantas intoxicaciones agudas y letales por prescripción del propio personal terapéutico. Agravando esos peligros, durante las últimas décadas se han generalizado tranquilizantes de acción prolongada -inyectados por vía muscular cada una o dos semanas-, que cuando producen reacciones adversas sumen al individuo en una situación crítica, pues resulta imposible interrumpir la impregnación del organismo.
 
Efectos secundarios
Orgullo de la psicofarmacología antieufórica, estas drogas se presentan como sustancias que producen un estado de indiferencia emocional sin trastornos perceptivos ni alteración de las funciones intelectuales. De ahí que se conozcan como neurolépticos (del griego neuro o nervio, y lepto o atar).
Pero una indiferencia emocional sin modificación perceptiva intelectual equivale a un círculo cuadrado, y tal pretensión es contradicha inmediatamente por los hechos. H. Laborit, que fue el primero en experimentar con neurolépticos, tuvo la honradez de llamarlos «lobotomizadores químicos», ya en 1952.
Es insostenible no considerar estupefacientes en el más alto grado a sustancias que producen una petrificación o «siderismo» en las emociones, bloqueando la iniciativa de la persona y hasta haciendo que se comporte a veces como un catatónico, incapaz de realizar el más mínimo movimiento aunque se encuentre en la más absurda de las posturas, o forzado a tics compulsivos de la cabeza y al parkinsonismo.
Por otra parte, esas rigideces, temblores o muecas no son sino la superfície de algo más atentatorio aún para la dignidad humana. El individuo sometido a neurolepsia está expuesto a trastornos radicales en potencia sexual y capacidad afectiva; no sólo sufre frigidez o inhibiciones en la eyaculación, sino una degradación en el deseo erótico que algunos psiquiatras consideran irreversible cuando los tratamientos han sido prolongados o frecuentes. Una de las consecuencias inmediatas de la administración es aumento del apetito, que se interpreta como una reorganización de la libido y el intelecto: la petrificación afectiva hace que la libido del sujeto abandone la genitalidad para centrarse en la deglución, tal como su curiosidad e iniciativa intelectual se transforman en actitudes flemáticas y robotizadas.
Como el espíritu humano no se presta con facilidad a esa degradación, uno de los efectos secundarios más conocidos es la llamada acatisia, un estado de inquietud extrema descrito como «sensación de querer saltar fuera de la propia piel», que en formas menos agudas se manifiesta como incapacidad para estarse quieto, aunque los movimientos carezcan de objeto alguno. No en vano la principal eficacia terapéutica atribuida a los neurolépticos es el sentimiento de alivio posterios a la suspensión del empleo, cuando el cuerpo logra librarse de la intoxicación, y el psiquismo abandona su desplazamiento al estómago y la deglución como centros básicos. Suena a burla que este cuadro de efectos somáticos y mentales se describa como neutralidad emocional sin trastornos de conciencia, como afirman los manuales de psicofarmacología al uso.
Años antes de conocer los datos recién expuestos, y sin sentir prejuicio alguno ante este tipo de fármacos, quise comprobar la naturaleza de su intoxicación e ingerí unas gotas de haloperidol. Dejé papel y pluma al alcance de la mano y sólo acerté a escribir: «inconcreta desdicha». Dos gotas más borraron cualquier rastro de autoconciencia. No he tenido coraje científico suficiente para repetir el experimento.

Principales usos
Los atanervios o neurolépticos se consideran no ya recomendables sino imprescindibles en el tratamiento de esquizofrenia, manía y depresión, en casos de ansiedad y para «farmacodependencias».
Por lo que respecta al tratamiento de esquizofrénicos, maníacos y deprimidos, su utilidad principal es poner una camisa de fuerza invisible pero férrea, permitiendo que el sujeto permanezca en su casa, y hasta acuda en ocasiones a trabajos rutinarios. No puedo pronunciarme sobre las ventajas respectivas que ofrecen camisas de fuerza químicas y camisas de fuerza textiles, ni sopesar aquí las ventajas del trato psiquiátrico clásico (electroshock, coma insulínico, reclusión, lobotomía, etc.) comparado con la terapia basada sobre estos tranquilizantes.
A mi entender, los tratamientos son tan admisibles cuando cuentan con el del sujeto como deplorables cuando se decretan sin consultarle, y sin informar en detalle sobre los efectos aparejados al empleo sistemático. Sea como fuere, las tendencias de la psiquiatría institucional -y diversas normas jurídicas- van por direcciones diametralmente distintas.
Por lo que respecta a casos de ansiedad, aguda o no, y de depresión me parecen más recomendables los opiáceos naturales, aunque ni las leyes ni la práctica médica actual contemplen el empleo de tales drogas para una finalidad semejante.
En cuanto al tratamiento de «farmacodependencia», hay que distinguir episodios críticos (el delirium tremens alcohólico, una experiencia de delirio persecutorio inducida por LSD o fármacos afines), y simplemente el hecho de consumir -crónicamente o no- drogas ilícitas. En el primero de los supuestos, y especialmente cuando hay brotes maníacos o persecutorios, creo que puede estar justificada la administración. El seguno supuesto raya en lo criminal, a mi juicio, pues si alguien no muestra signos de querer atacar a otros o autolesionarse, nadie debería poder administrarle un lobotomizador químico, siquiera sea temporalmente.
Un tema conexo es el de quien no desea seguir viviendo. Considero que el suicidio es un derecho civil, y que cualquier adulto está legitimizado para ponerlo en práctica. Sin embargo, hay casos claros de obnubilación pasajera -por hallarse el individuo intoxicado, o bajo el efecto de alguna desgracia reciente-, y en ellos me parece también un deber de humanidad contribuir a que no dé el paso a la ligera, incluso usando sedantes o neurolépticos algunos días.

BIBLIOGRAFÍA
ESCOHOTADO, A. Historia General de las Drogas. Pág. 1231-1235. Ed. Espasa, 2005

jueves, 24 de marzo de 2011

SIGUE EL RETO

Hola a tod@s:

Ánimo!!! Ya queda muy poquito para que llegue el finde y podais descansar, a no ser que tangais guardia.

Ahora hace días que no escribía nada por aquí, tampoco tengo grandes novedades. La disminución de la medicación sigue su curso, ya la semana que viene paso a 2 de diazepan ( antes eran 4) cosa que me alegra y me motiva a seguir pa´lante. EStoy bien...aunque lo que mas me cuesta es la condicion de lavanterme pronto, e sun verdadero reto que no siempre consigo, a pesar de la insistencia de Raul y el consiguiente cabreo por su parte. En fin, que necesito que me despierde y no siempre le hago caso.

Otro nuevo reto es el de caminar una hora diaria. La ultima analítica ha salido bastante mal y la endocirns me dijo que o hacia mas ejercicio y bajaba de peso o me tendria que medicar para los trigliceridos y la tension, o sea, dos pastillityas mas---no me lo puedo permitir!! Empeze a caminar , 3 dias, pero me lesioné, estoy con un esguince en el pie derecho desde el lunes, asi que estioy de reposo, pero no es nada grave, ais que si todo va bien en diez dias ya podre caminar bien y sin las dichosas muletas que mas de un disgusto me han dado.

Os seguiré contando.

Un abrazo, salud y FUERZA!!

ALMU.

miércoles, 23 de marzo de 2011

LO VANGUARDISTA, AL FINAL, SERÁ ALGO TAN ANTIGUO COMO EL SENTIDO COMÚN.

Esta es la primera de dos entregas de La contra de La vanguardia. A la espera de que mañana se publique la entrevista que Víctor-M Amela le hizo a nuestra querisíma Princesa Inca, os dejamos esta que tampoco tiene desperdicio.

Javier Peteiro, doctor en Medicina y bioquímico

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"Caminamos hacia una sociedad de enfermos"


Foto: Kim Manresa

Sentido común

Lo más estimulante para un entrevistador es encontrar gente que piense por sí misma, que cuestione, que nos regale material sobre el que pensar... Peteiro reivindica el papel de la ciencia como búsqueda de conocimiento y descree de esa moda de dar a todo acto humano una explicación hormonal. Nos recuerda la importancia de la relación médico- paciente por encima de los protocolos, y nos advierte de la tendencia a medicalizarlo todo. Le entristece el ombliguismo de muchos hospitales, esa idea de que si algo no se cura aquí, no se cura en ningún sitio: "Hay que relacionarse con otros hospitales del mundo". De todo ello ha hablado en la Biblioteca del Camp Freudià de Barcelona.

El cientificismo es la nueva fe atea?
Vamos hacia ahí. Todo empezó con el código genético y la transformación de la materia viva, que nos llevó a creer que una vez que tenemos un gen y sabemos lo que hace podremos corregirlo.

¿Falso?
En el ADN no hay una relación causa-efecto como se creía hace años; las partes influyen en el todo y el todo en las partes. Su complejidad es fabulosa, y mantener frente a eso un reduccionismo ingenuo es absurdo; por ejemplo, cuando nos dicen que se ha descubierto el gen de la homosexualidad.

O el gen de Dios.
Una cosa es divulgar ciencia y otra, ciencia y creencia. Decir que nos enamoramos porque la dopamina sube es una estupidez. Enamorarse es más complejo que un subidón de dopamina. Afirmarlo es una tontería con consecuencias trágicas porque se asume, por ejemplo, que la depresión es una carencia de determinados neurotransmisores cuando eso es una mera hipótesis.

Entiendo.
Entonces a la gente le recetan antidepresivos para dar y tomar, cuando su eficacia es altamente dudosa.

Tranquiliza saber que no todas nuestras decisiones las toman las hormonas.
Parece que si pudiéramos medir los niveles de dopamina, serotonina y vasopresina, podríamos saber si una persona va a tener una estabilidad de pareja determinada.

Pero hay un correlato.
Una cosa es que, a la vez que uno vive, haya cambios en los neurotransmisores y las hormonas, y otra, ver ahí la clave de todo, un reduccionismo molecular de lo propiamente humano que es ingenuo y dañino.

En EE.UU. ya se hacen entrevistas de trabajo con parámetros de este tipo.
La obsesión por medirlo todo conduce a los test psicométricos, y recientemente, al análisis de imagen cerebral. Ya ha habido casos en juicios en los que se han presentado mapas de imagen cerebral para esgrimir que la persona no ha sido responsable de sus actos o al revés. Hay una tendencia a biologizar.

Hay genes que se han asociado a un comportamiento violento.
Sí, y es muy peligroso, si yo tengo unos genes de riesgo físico o psíquico, nadie me va a contratar. Además, son teorías que años después se desmontan, como vimos con la de los cromosomas XYY de los asesinos.

¿Cuál es el problema de la medicina?
Ha avanzado mucho en técnica, sobre todo diagnóstica. El poder de la imagen es extraordinario, pero la relación médico-paciente no puede ser sustituida por una robotización. Y hay algo que puede ser nefasto.

Cuénteme.
Caminamos hacia una medicina por protocolos y hacia una sociedad de enfermos, porque lo que antes era normal –ahora siguiendo el esquema de salud que auspició la OMS–, ha pasado a ser enfermedad. Según ese esquema, nadie está sano: un adolescente por ser adolescente, una persona mayor, por ser mayor; algo absurdo.

Es decir, lo estamos medicalizando todo. Si no estamos enfermos, estamos en riesgo de estarlo, con lo cual hay que tratar ese riesgo, sea el colesterol, el azúcar, la tensión, el sol, o lo que sea. Vivimos en un mundo en el que parece que sea casi milagroso que vivamos, ¿y eso qué lo favorece?

El negocio.
Evidentemente, hay un peso de las farmacéuticas, pero también la medicina está dirigida por las grandes empresas diagnósticas, de imagen, de análisis, que son necesarias, pero hay asociado a ese carácter técnico una obsesión por cuantificarlo todo.

¿A qué se refiere?
No es que un niño tenga un carácter u otro, hay que hacer test. Si te encuentras en plena forma, no importa, hay que medir el colesterol, y si está por debajo de una cifra –que cada vez ponen más baja–, hay que tomar un medicamento de por vida.

¿Qué ocurre con la investigación?
Antes los científicos buscaban conocer, ¿pero qué es hoy en día un científico?... Un profesional de la ciencia, lo que significa vivir de eso, es decir, publicar o patentar, ser un productor, no un buscador.

No apartarte del camino.
No se premia la originalidad, los proyectos son memorias finales, pero sin los resultados. Para que un proyecto se financie tiene que ser realizable, pero eso no es ciencia.

La ciencia es partir de una incógnita.
Sí. Hemos pasado de la investigación revolucionaria, como fue la de Einstein, que buscaba el conocimiento por el conocimiento –y precisamente por no buscar nada a veces encontraban grandes cosas–, a una investigación de tipo incremental, es decir, paso a paso, publicación tras publicación.

¿Ahora hay menos sabiduría?
Sabe más un científico actual de lo que sabía Aristóteles, pero no es más sabio.

¿Qué ha aprendido humanamente en el ejercicio de su profesión?
He visto que cada vez la gente importa menos, con la apariencia de que importamos. Vivimos un higienismo estúpido, ahora los fumadores son como leprosos a la vez que coexisten con el botellón, que está destruyendo y enajenando a la juventud, de manera que es cómoda para este sistema básicamente mercantil. Esencialmente, he visto el desprecio a la persona, al ser humano.

domingo, 20 de marzo de 2011

LA COMUNIDAD (2º intento).

Hace tres años y medio que me dieron las llaves de mi piso, concretamente las del tercero primera. Un espacio con doble aislamiento en las tres habitaciones, donde tuve que empezar una nueva vida después de que mi matrimonio (que en aquellos tiempos andaba más fisurado que la costa noruega) se rompiera definitivamente, dando al traste con casi quince años de relación.

Los comienzos fueron muy duros. De niño me enseñaron muchas cosas: a diferenciar un hiato de un diptongo, a calcular los vectores correctos para que una construcción no se desplomara e incluso me interesé por los grandes misterios de nuestra tradición religiosa. Pero nada, ninguno de esos conocimientos me sirvieron en su momento para conseguir que aquella maldita lavadora funcionara. Tanto era así que muchas noches, a pesar de odiar profundamente a mi ex-mujer, lloraba desconsoladamente recordando su destreza al preparar una tortilla, e imaginaba que en aquellos momentos estaría batiéndole los huevos a algún hombre afortunado.

Por suerte, aquella extraña niebla que se había depositado en mi vida parecía quedar muy lejos. En el momento en que me enseñaron como apagar la vitrocerámica, todo lo demás fue mucho más sencillo. Mi maestra, mi salvadora, la fuerza irreductible que me ayudó entonces se llamaba Consuelo, era mi vecina, la del tercero segunda. La primera vez que la vi fue en una reunión extraordinaria de la comunidad, en cuya acta sólo había un punto que tratar: querían saber quién era el responsable de haber convertido el patio de luces en algo parecido a un humeante cono volcánico. Fue el primer contacto que tuve con la mayoría de los propietarios del edificio, de los que a primera vista sólo les diferenciaba de la santa inquisición la falta de herramientas para torturarme debidamente. La única que entendió mis limitaciones fue Consuelo y en menos tiempo del que tarda una gallina en decir “coc” se ofreció para ayudarme.

Ahora, después de tanto tiempo, recuerdo con dulzura aquellas primeras lecciones, aderezadas de simpatía y chismes sobre el vecindario. Ella, que de joven había sido actriz de variedades, estaba allí desde que se construyó el edificio y con más de treinta años de experiencia vecinal estaba al corriente de todo lo que se cocía. Me habló por ejemplo de como habían cambiado las cosas en todo ese tiempo. En un principio los vecinos sabían que podían contar los unos con los otros, cuando faltaba un poquito de sal, una tacita de arroz o cuando se tenía necesidad de hablar con alguien para desatascar algún sentimiento de esos que nos atormentan en ocasiones a las personas. Según ella el tránsito hacia el aislamiento actual había sido lento, sutil, como una ceguera progresiva que les impedía reconocerse entre ellos.

Fuera como fuese, lo único que tenía claro es que aquella comunidad era como una especie de micromundo, donde según ella había de todo. Felipe Orondo, el del ático segunda, regidor de urbanismo del ayuntamiento y presidente de la comunidad era el más rico de todos. A ella siempre le pareció extraño que alguien de su categoría subiera bolsas de basura en vez de bajarlas al contenedor. Era muy extraño, pero había que reconocer que la dirección del edificio la llevaba muy bien. Nunca les había faltado de nada. También había en el principal los despachos de dos médicos de esos de la mente, uno en frente del otro y que al parecer se odiaban profunda-mente. Ella podía presumir de ser lo único que tenían en común, al haberles limpiado la consulta en más de una ocasión. La del primero, el dr. Sordo, estaba decorada con extrañas imágenes del cerebro y la del segundo Suso Campos Lingua con fotos en blanco y negro de un tal Froid y un tal Lacán, o Lacón, no sabía decir. Los dos eran tipos muy extraños y por nada del mundo les hubiera contado sus penas, más que nada porque para eso ya tenía a Agustina, su mejor amiga, que vivía en el cuarto, y que le recordaba constantemente que esta vida era una lucha y que lo importante era tirar pa'lante. A ella escuchar esas palabras siempre le habían servido de ayuda, sino de qué iba a haber llegado hasta los setenta. Agustina se llevaba bien con todo el mundo, menos con sus vecinos de arriba, un grupo de estudiantes, que montaban una juerga cada fin de semana y que más que estudiantes parecían un grupo de trogloditas, peludos y descarados, que se las daban de sabelotodos. En más de una ocasión Agustina se había visto obligada a coger la escoba y golpear el techo como un desesperado intento de que bajaran la música. Aunque a pesar de todo las cosas no habían pasado a mayores. Aquellas fricciones no podían compararse con otros hechos mucho más terribles que habían sucedido.

Consuelo se refería a la guerra vecinal que tuvo doña Julia, la vecina del quinto, con Úrsulina Panymedio (la del sexto) para que ésta dejara de escuchar Reggaeton cuando la primera estaba intentando rezar el rosario de las siete. Para ilustrar la situación, la respetadísima doña Julia confesó en una ocasión a Consuelo que en medio de las letanías se sorprendió rezando Virgen prundentísima... Dame más gasolina. Aquello en palabras de la propia Julia significó la gota que colmó el vaso, con la energía contenida de un Pearl Harbor casero que esperaba -todo hay que decirlo- ansiosa de revancha, dispuso lo necesario para luchar con las mismas armas que su vecina de arriba. Compró un equipo de Alta Fidelidad y toda la colección de grandes éxitos gregorianos de su monasterio favorito, los alemanes: Cluster beatificorum. A partir de ese momento el presidente de la comunidad anunció: La guerra total.

Fue una guerra cruel que lleno el edificio de ruido las 24 horas del día. Una guerra fratricida, en la que muchas familias del bloque se vieron separadas por algo que normalmente une a las gentes, como es la música. Los más jóvenes culpaban a doña Julia de todo lo que estaba ocurriendo, porque habían crecido con el reggeaton y les encantaba perrear; los adultos que no soportaban el reggaeton, pero que conociendo como conocían a doña Julia desde hacía más de 30 años sabían perfectamente que de haber nacido unos siglos antes hubiera sido musa del mismísimo Torquemada, callaban por miedo a posibles represalias; los más mayores simplemente desconectaban los audífonos y observaban como aquello les recordaba a tiempos pretéritos, tiempos de cruentas batallas y ejércitos abanderando el odio y la barbarie, pero tampoco lo comentaban porque ciertamente no les hacía caso ni Dios.

Pasadas unas ruidosas semanas, el presidente de la comunidad suplicó a Suso Campos que hiciera de intermediario entre aquellas dos fieras. Éste intentó negarse, pero cuando le ofrecieron la suspensión del pago de los gastos de la comunidad, incluidas posibles derramas, durante todo un año, aceptó porque le obligaba el juramento hipocrático.

Llamó a la puerta de doña Julia desde donde unos salmos aullaban descontrolados. Insistió y volvió a llamar, y así durante media hora. Al final llamó a los bomberos. Cuando llegaron al domicilio y abrieron la puerta a hachazos, el requiem alejandrino se hizo ensordecedor. Encontraron una casa sucia, desvencijada, repleta de velas semi-apagadas y de estampas de devocionario. Desconectaron el equipo de Alta Fidelidad y en la última habitación encontraron el cuerpo de doña Julia estirado sobre un charco de sangre seca que había salido de sus tímpanos.

-¿Cuál es su diagnóstico doctor? - Le preguntó un bombero a Suso. Éste se quedó pensando unos momentos hasta que sentenció.

-Brote psicótico paranoico por personalidad Cluster B.

-¿Cómo dice? -Le preguntó el bombero.

-Que llames al forense ¡coño!, que yo soy psiquiatra.

-A mandar.- Concluyó el bombero.

Cuando llegó la policía y el forense, Suso pudo marcharse por fin y la paz volvió a la Comunidad.

En los últimos tiempos todo parecía ir bien. Consuelo andaba algo pocha de salud, pero nada le impedía venir a mi piso y enseñarme a cocinar. Gracias a su enorme paciencia he aprendido a hacer paella, aunque sigo sin tener esa ella con quien compartirla. Nada me hacía presagiar que Consuelo nos iba a abandonar. Me molesta no haber sospechado nada cuando, después de probar el arroz, vi que se llevaba la mano al pecho, se le agarrotaba el brazo izquierdo y caía al suelo desplomaba, con una mueca de enorme dolor. Pobre de mí, pensé que estaba recordando sus tiempos de actriz parodiando una muerte por intoxicación y me reía estúpidamente, mientras ella agonizaba, y aplaudí a rabiar cuando finalmente falleció. Fue todo muy triste. Intenté desahogarme con Agustina, pero aún no entiendo el por qué ésta me acusaba de haber matado a su mejor amiga... El resto de los vecinos directamente estaban demasiado ocupados viendo la televisión, para interesarse por mis penas. Así que acabé bajando al principal para visitar al doctor Sordo. Le conté lo triste y culpable que me sentía, lo condenadamente solitaria que era mi vida desde la desaparición de Consuelo. Él me explicó no sé qué de unos neurotransmisores llamados serotonina y dopamina, a lo que le repliqué que eso de neurotransmitir estaba muy bien, pero que mi problema era que no había nadie al otro lado para recibir el mensaje. Como si no me hubiera oído me hizo una receta para que fuera a la farmacia, pero al salir de su consulta crucé el descansillo y entré en la consulta de Suso Campos Lingua. Éste me hizo pasar y antes de que pudiera decirle nada, me dijo que lo sentía, que se había enterado de lo sucedido y que comprendía mi dolor. Su recibimiento me hizo sentir muy bien. Pero la cosa se complicó cuando pasamos a su despacho y me hizo tumbarme en un diván. Yo quería hablarle de todo mi desconsuelo y el me preguntaba por mi infancia y por mis padres. ¿Suso, joder, qué tienen que ver mis padres en la muerte de Consuelo? Nada, me contestó. ¿Entonces para qué me preguntas? Me levanté con un salto del diván y me despedí de él con un escueto, gracias, creo que no tengo remedio. Él se levantó y me dijo que no, que desgraciadamente la estupidez era una enfermedad incurable a día de hoy. Sin saber si me estaba llamando estúpido o no, le sonreí agradecido y le di la mano, antes de salir de la consulta primero y del edificio después.

Caminé por las calles sin dirección. Un aluvión de preguntas me asaltaban. ¿Qué hacíamos las personas en esta vida? ¿Qué hacía yo en esta sociedad? ¿Cuándo habían empezado mis problemas? ¿Qué habría sido de Consuelo tras su muerte? ¿Estaría enseñando a cocinar a otras almas perdidas? ¿Por qué no encontraba palabras para describir todo el absurdo que intuía? ¿Dónde encontrar respuestas cuando sólo tienes preguntas? Y la más importante de todas: ¿Dónde coño estaba yo? Detuve mis pasos a la vez que mis pensamientos. Sin darme cuenta había anochecido y me encontraba en medio de lo que parecía un bosque. Un escalofrió recorrió mi cuerpo al comprender que estaba perdido, que mi vida no tenía sentido, que estaba solo, total y absolutamente solo entre árboles de raíces profundas y copas altas tocándose las unas con las otras. En ese momento hubiera cambiado mi piso por un abrazo sincero, de esos que conectan más allá de cualquier discurso, más allá de cualquier excusa o pretexto. Un abrazo como bolla o tabla de salvamento en la deriva de mi soledad. Un abrazo y por qué no: un beso. Deseé estar a mil kilómetros de aquel lugar, en un lugar dónde nadie me conociera, un lugar donde poder empezar una nueva vida y, sin darme cuenta, comencé a llorar como un niño. Como el niño que aún era, a pesar de mis casi 50 años.

En medio de mis lamentos escuché una voz femenina, que decía: Eh tú, tú, no puedes estar aquí. Pensé que aquella voz significaba que había enloquecido del todo, que había llegado a ese punto de sufrimiento que llaman delirio. Pero la voz insistió: ¿Estás sordo? Te he dicho que no puedes estar aquí. Continué sin hacerle caso aquella voz, no estaba dispuesto a abandonarme a la locura. Pero algo me dijo que me estaba equivocando cuando la locura acompañó la frase: Tú, imbécil, que te estoy hablando, con un empujón que me hizo morder el polvo. Con los ojos irritados y enrojecidos por las lágrimas distinguí la silueta de una mujer vestida con un mono verde y un rastrillo. ¿Quién eres?¿Qué quieres de mi?¿Es que uno no puede ya ni perderse en el bosque? Le pregunté. Que bosque ni que leches... Estas en medio del parque del retiro y tenemos que cerrar. Así que venga, arreando que es gerundio. La mujer que era tan guapa como desconfiada me acompañó hasta la puerta de Atocha, la cual cerró tras de mí. La ciudad se me antojó entonces como una fiera de acero y hormigón, en cuyo vientre, en cada edificio de su vientre, la soledad acechaba como el peor de los finales. Triste y abatido regresé a mi casa, me dejé caer en el sofá y encendí la televisión. Creo que me quedé dormido mientras la ex-mujer de un torero corneaba verbalmente al presentador de un programa del corazón.

A la mañana siguiente llamé a mi ex-mujer y le expliqué toda esta historia. Ella me dijo que lo sentía, pero que había rehecho su vida, que mi problema era que nunca había amado realmente porque nunca había renunciado a nada en toda mi vida. Pero ya nadie renuncia a nada, le repliqué, todo el mundo quiere tener más y más cosas, para ser como sus vecinos, sin ir más lejos estoy pensando en comprar un diván como el de Suso. Ella respiró hondo, como si tomara aire antes de empezar a correr y me dijo: mira cielo, sé que la soledad es una de las peores cosas que hay en esta vida. Que parece mentira que rodeados como estamos de tanta gente en realidad nos sintamos tan desamparados. Hoy en día todo el mundo va a la suya, nos creímos eso de que el individualismo nos daría la felicidad y en realidad nos ha hecho más desgraciados. Todos necesitamos de esas personas que nos escuchen, nos acompañen en el tránsito de la vida, que nos acojan en su rutina. Gabriel García Márquez decía que su corazón tenía más habitaciones que un hotel de putas. Yo creo que todos tenemos esas habitaciones, pero hemos de dejar entrar a los demás en ellas a la vez que entramos nosotros en las suyas. Ahí reside la clave de eso que llaman compartir. Las comunidades, los grupos, los colectivos se basan en ese principio tan simple, en que todos necesitamos los unos de los otros. Lo mejor que puedes hacer, sentenció, es olvidarme y olvidar a Consuelo y conocer otras mujeres. Hasta tú tienes algo que ofrecer a los demás. ¿Cómo? le pregunté casi llorando. No sé, me dijo, ¿has probado en internet?

Así que cansado de la soledad de mi comunidad de vecinos, abandoné el deseo de comprar un diván como el de Suso, me hice con un ordenador portátil y entré en otra comunidad de esas que llaman cibernéticas. A partir de ese día mi vida cambió bruscamente, encontré ese algo que ofrecer. Desde ese día se me conoce como Paula, de 27 años, morena, de ojos verdes y unas medidas de infarto. Aunque bueno... Esta es otra historia...

miércoles, 16 de marzo de 2011

SEXO, POESÍA Y COMUNIDAD.




-Pues como os decía, yo es que no lo entiendo, en serio.
-¿Qué no entiendes, cielo?
-Pues como puede la gente comportarse de según que formas.
-Chica, a tu edad no sé de qué te sorprende. Ya tendrías que saber que si algo no falta en este mundo son bichos raros.
-Marcus tiene razón. Sin ir más lejos, el otro día, mientras esperaba en un semáforo vi a un tipo, un indigente, dirigiendo el tráfico. El hombre estaba en medio de la calzada, bien firme, moviendo los brazos con diligencia, más digno que muchos guardias urbanos.
-Se habría pasado con el Don Simón. Ya lo dice el refrán: quien bebe según que vino acaba ido.
-O no, quién sabe, quizás el tipo estaba recordando viejos tiempos, es un mito eso de que todos los indigentes son borrachos.
-Bueno la cuestión es que alguien debió avisar a la policía, porque una pareja se personó en el cruce antes de que el semáforo se pusiera en verde. El hombre, después de asegurarse de que todo estaba en orden, les tendió la mano para saludarles y uno de los agentes le respondió con un empujón que lo tiró al suelo. Después el otro lo esposó y se lo llevaron hasta la acera, ¿y queréis saber lo mejor?
-¿Qué?
-En el momento preciso en que salieron los tres de la calzada, un quillo de esos del chumba chumba que iba como loco por el carril bus se saltó el disco en rojo y chocó contra una furgoneta de reparto urgente.
-¡Ostia!
-Sí, ostia, y de las buenas.
-Bueno ¿y qué pasó después?
-Que el sonido de los claxon me avisó de que el semáforo se había puesto verde y me quedé sin saber el final...
-Resulta irónico que en esta historia: el loco sea el único que haga algo de provecho por los demás.
-¿A mí la pregunta que me asalta es quién estaba más loco de todos?
-En fin... Como decía antes Marcus, no se de qué nos sorprendemos...
-Pues yo sí que creo que debemos sorprendernos. Malo será cuando ya nada nos sorprenda. Hoy en día, con todo el bombardeo de información que recibimos por todos lados parece que lo insólito exija otra vuelta de tuerca, un más difícil todavía y no tiene porque ser así. Creo que lo insólito no se esconde tanto en el suceso, sino en la sensibilidad del observador.
-Eso es muy poético Laura.
-Poético o no, me parece cierto. Mira los poetas...
-No me hables de poetas Laura, por favor...
-¿Jimena qué te pasa a ti con los poetas? Siempre creí que te gustaba la poesía.
-Y me sigue gustando. No tengo ningún problema con la poesía, ni con la mayoría de los poetas. Sólo tengo problemas con uno.
-¿Te refieres a Adrián?
-Obvio que me refiero a Adrián.
-¿Y que ha pasado, siempre fuisteis buenos amigos?
-Pues que no le entiendo. Simplemente, no me explico como alguien que escribe de esta manera puede llegar a ser tan impresentable.
-Sí, a veces resulta difícil sostenerle.
-¿Difícil? Eso es poco. Escuchad su última hazaña.
-Cuenta, cuenta...
-Resulta que el gran poeta lleva más de un mes que no escribe más de dos versos seguidos. Precisamente el mismo tiempo que llevamos viéndonos, por así decirlo, de forma más íntima.
-¡¡¡¡Tíiiiaaa, ¿Estás liada con Adrián?!!!!!
-Sí, lo único cierto en esta relación es que un lío.
-¿Cómo no me lo habías contado?, soy tu mejor amiga.
-Bueno Laura te lo está contando ahora.
-No es lo mismo Marcus.
-A ver Laura, no te lo he contado hasta ahora porque pensé que sería cosa de una noche.
-De todas formas creo que merezco ser la primera en enterarme de una cosa así.
-Laura, mi amor, tienes que dejar de ver tantos programas de prensa rosa.
-Marcus, tú no te metas.
-A ver Laura... Eres mi mejor amiga, pero esto no me obliga a contarte todas y cada una de mis experiencias sexuales. Tengo derecho a cierta privacidad, ¿no te parece? si quisiera que os enterarais de todo lo que pasa por mi cama, lo colgaría en el facebook para que pudierais comentarlo.
-Te imaginas... Si colgaras fotografías o videos para apoyar tus comentarios tu perfil tendría más seguidores que el de Scarlett Johansson.
-Muy gracioso Marcus. ¿Puedo contaros ya lo que quiero contaros? Y Laura, por favor, te recuerdo que tú tampoco me contaste que estabas con Marcus hasta que vi como le metías la lengua hasta la campanilla en mi propio lavabo.
-Vale, sí, perdona. Es que... No sé, me he sentido muy extraña, al saber que estabas con Adrián.
-Cariño, ni que estuvieras enamorada del gran poeta.
-No vayas por ahí, Marcus. Perdona Jimena cuéntanos lo que quieras.
-En fin... Lo dicho, un mes de sexo ha resultado igual a un mes sin poesía. ¿Estamos?
-Sí, sí.
-Bueno, pues anteayer me llamó muy nervioso, quería hablar conmigo cuanto antes. Yo me asusté, como es lógico, no me dio más explicaciones, y ya sabéis que es un tipo de lo más calmado, así que pensé que algo realmente grave había sucedido. Fui a su piso lo más rápida que pude y me lo encontré sucio y desaliñado, con unas ojeras profundas como platos soperos. Le pregunté que pasaba y el tipo me dijo que llevaba dos noches apenas sin dormir. Dos noches en las que no dejaba de pensar en el porqué de aquella crisis creativa. Y que al final había llegado a la conclusión de que la culpa era mía. Yo le escuchaba y alucinaba. Según él, yo era tan buena en la cama, que le estaba robando su energía vital. Nunca le había pasado con otra mujer, así que su explicación era que en mi interior se escondía una especie de vampira-chupasangre-y-medio cachonda.
-¿Y qué le dijiste?
-¿Qué le voy a decir? Pues que yo supiera lo que siempre le había chupado era otra cosa.
-Total, que ya no estáis juntos, ¿no?
-Que va, el muy cabrón no me dijo que dejáramos de vernos, lo que me pidió es en fin... No sé si debo contarlo.
-Ahora ya no puedes echarte atrás Jimena, no haber empezado.
-En fin... Me dijo, que después de pensárselo mucho... Había llegado a la conclusión de que esta especie de maleficio desaparecería si me veía montándomelo con otra mujer. Según él sería una especie de acto psicomágico que le devolvería la inspiración.
-¡Que hijo de puta asqueroso! Espero que le dijeses que no. Una petición así es intolerable. ¿Le dijiste que no, eh Jimena?
-No le dije ni que sí, ni que no.
-Jimena, como amiga tuya te exijo que le digas que no, eso es una guarrada perversa. Si un hombre me pidiera algo así, lo tendría claro conmigo.
-¿Puedo hacer un comentario?
-Sí, Marcus, por favor.
-A mí me parece algo mucho más perverso que asqueroso. Una relación sexual entre dos mujeres no es algo horrendo, para muchas mujeres es algo legítimo y bello, y es más, para los hombres es una de las fantasías sexuales más recurrentes. Otra cosa es que según percibo, lo que quiere Adrián es situarse por encima de ti. Al tipo lo debes haber hecho sentir muy inferior en vuestras relaciones. Esta es su forma de devolverte al lugar donde han estado siempre las mujeres para él, como objeto de sus deseos. Yo no te voy a decir lo que debes hacer, pero... En fin, en mi opinión el amor es otra cosa.
-Jimena, te lo suplico, dime que te vas a negar a hacer eso.
-Uff, estoy hecha un lío. Pienso igual que Marcus, pero no sé, puede que me haya enamorado de él o yo que sé. No quiero adelantarme a los acontecimientos.
-Jimena te está utilizando, hace lo mismo con todas las mujeres. Sé muy bien de lo que hablo.
-Laura, ¿estás llorando?
-¿Por qué lloras mi amor?
-¡Dejadme en paz!

* * * *

-Disculpadme, me he comportado como una histérica.
-No pasa nada cariño. ¿Estás mejor?
-Sí, creo que sí. Necesito beber un poco de agua.
-Camarero, un agua mineral, por favor. ¿Tú quieres algo Jimena?
-Una cerveza grande.
-Camarero, traiga también una cerveza grande y un café solo.
-¡Marchando!
-Chicas, tengo que hacer una llamada, os dejó un par de minutos.
-Ok.
-Laura ¿estás mejor?
-Sí, un poco mejor.
-Tú también te liaste con Adrián, ¿no?
-¿Yo?
-Cielo, soy tu mejor amiga, no me puedes engañar. Te conozco mejor nadie.
-Sí, estuve con él. Nos enrollamos mientras tú estabas en París. Nunca se lo he contado a nadie, ni siquiera a Marcus.
-¿Y que pasó?
-Pues lo mismo Jimena, lo mismo que contigo. Me enamoré de él, de sus poemas, me parecía alguien diferente, alguien que iba a contracorriente. Mira a tu al rededor, toda la gente que está en esta plaza me parecen iguales. Adrian me pareció diferente desde el principio. Es un hombre tan extraño... Tan cariñoso y a la vez tan huraño, me pareció tan frágil como si pasara de puntillas por la vida. Y además están sus versos, esos que maldice y destroza tantas veces. Esos que a mi me parecían tan enigmáticos, tan inquietantes y a la vez tan bellos. Recuerdo que en su momento estaba convencida de que hubiera hecho cualquier cosa por aquella relación.
-¿Y lo hiciste?
-Me contó que, nunca, ninguna mujer había sido capaz de colmar sus expectativas como hombre. Pero que conmigo era diferente, me veía tan valiente, tan decidida, tan vital. Según él, cuando estaba conmigo entendía el motivo de porque se había hecho poeta.
-Eso es muy hermoso Laura.
-Sí, lo es. Pero de repente un día me convirtió en uno de esos poemas que tantas veces destrozaba y me violó. Fue horrible.
-Imagino cielo. Lo siento mucho.
-Después de eso desaparecí. Me marché dos meses a Cádiz, a casa de una prima mía. Cuando decidí volver me enteré de que Adrian había publicado su primer libro: Las dos caras de la luna, no sé si te lo has leído...
-Sí, lo leí, me gustó mucho.
-Gracias a ese libro ganó varios premios literarios. Había logrado lo que siempre había deseado. El reconocimiento de toda la comunidad. Ni te imaginas lo que suponía para mí, leer sus opiniones sobre la violencia de genero en los diarios.
-Lo debiste pasar fatal.
-Sí. Lo único que ha conseguido salvarme del suicidio ha sido encontrar a Marcus.
-Es un buen tipo.
-Sí, un buen tipo. Un hombre sencillo, amoroso, trabajador y bueno.
-Ahí viene.
-Hola amor, ¿estás mejor?
-Sí, un poco mejor.
-Señores: un agua por aquí, un café solo por allá y la cerveza para esta preciosidad.
-Gracias.
-¿Chicas, habéis llegado a un acuerdo sobre lo de Adrian?
-Creo que sí. ¿No te parece Laura?
-Sí, que no hay mayor loco, que aquel que se cree totalmente cuerdo.
-Interesante sentencia, cariño. Luego si quieres me explicas que significa.
-Es muy simple, cielo. Que te quiero, que te quiero con locura.

sábado, 12 de marzo de 2011

LIMITACIONES SOCIALES.


Creo que los límites, precisamente por situarse en aquel terreno que casi nadie traspasa, tienen un algo de misterio, como si en sus lindes se escondieran las claves de un equilibrio más soñado que adquirido, una especie de El dorado o de Atlántida sumergida a la que no podemos acercarnos si no es desde el viaje interior. Cuando hablo de límites, hablo también de fronteras, hablo de polos, hablo, como ya hablaba el Tao, del ying i el yang. ¿Qué fue primero la luz o la oscuridad? ¿Qué fue primero la gallina o el huevo? Ya que ninguno de nosotros estábamos allí para comprobar empíricamente lo que sucedió en realidad, mejor pasopalabra.

De mis tiempos de estudiante aplicado guardo este consejo. Más vale que creas que serás el nuevo Cervantes, porque cuando más alto pongas tus objetivos, más alto llegarás en tu carrera. Cuando hace años le conté esto a un psiquiatra lo consideró delirios de grandeza y me invitó a una ronda de haloperidol. Quizás os estáis preguntando qué carajo tiene que ver esto con los límites... Os invito a seguir leyendo.

Todas las personas tenemos unas capacidades y unas limitaciones. Resulta obvio que cuanto más trabajemos -cada uno nuestras capacidades hasta convertirlas en talentos- más eficientes seremos. Pero ¿y de nuestras limitaciones?¿quién se preocupa? Me parece que en muchas ocasiones, nuestras limitaciones la ponemos nosotros mismos, con la inestimable ayuda de nuestro entorno castrador y sentencioso, y esos juicios de valor que frustran tantos sueños de infancia, recordándote constantemente que eso no es lo tuyo o de que de eso no se vive. Y es que esta sociedad tan exigente limita mucho. Según donde nazcas, según donde estudies, según donde te muevas, acabarás siendo de una u otra forma. Y ojo, que no me apetece ponerme determinista, pero es que, desgraciadamente, en la mayoría de casos aquel relato de Emile Zola titulado (si la memoria no me falla) El hombre del barro, sigue estando de rabiosa actualidad. La mayoría de nosotros si nacemos en el barro lo tenemos muy chungo para poder salir de él, porque lo más probable es que un aristócrata montado a caballo frustre nuestro esfuerzo por salir de ahí, recordándonos eso de que si nacimos en el barro, moriremos en él. Los demás casos serían aquellos bautizados como el sueño americano y como américa está muy lejos, prefiero citar a Calderón y pensar aquello de que: Toda la vida es sueño y los sueños sueños son.

De alguna extraña manera tanto límite ha creado un orden. Un orden establecido, un sistema consensuado para algunos y para otros impuesto. Es dentro de ese orden social donde nos movemos todos y no tiene porque ser algo malo siempre que nos movamos con respeto hacia el otro, caminando con cuidado de no herir a los demás con las aristas de nuestra personalidad y vigilando no ser herido por las afiladas cuchillas con la que se defienden algunos. El equilibrio por paradójico que resulte está en estos límites. Límites que su génesis se reducirían a aquello que decía Freud más o menos así: el primer hombre que insultó a su enemigo en vez de romperle la cabeza a pedradas fue el fundador de la civilización.

Hoy me resulta algo extraño imaginarme a una tribu acostumbrada a solucionar los problemas a pedradas aplaudiendo admirados ante el descubrimiento del insulto. Es más, algo me dice que Freud se equivocaba, que lo más seguro es que el primero que se cagó en las muelas del otro en vez de romperle la cabeza acabó pocos segundos después con la cabeza abierta cual sandía. Creo que si la gente acabó eligiendo el insulto debió ser por motivos más prácticos, como que se acabaran las piedras o se acabaran las personas. Son estas pequeñas cosas las que mueven a uno a razonar. En fin... Suposiciones aparte, lo único que puedo afirmar es que se me ha acabado la piedra del mechero y tengo ganas de fumar. Pasopalabra.

¿Pero qué pasa cuando en esta sociedad nuestra tan limitada y equilibrada alguien decide usar la violencia de forma indiscriminada? Desgraciadamente, a este tipo de individuos se les justifica diciendo que están locos, que se les ha ido la olla, que no estaban bien de la cabeza y ese largo rosario de absurdos argumentos que relacionan locura y violencia. ¿Dónde están los límites? ¿Cómo justificar algo injustificable? ¿Cómo razonar algo irracional como la violencia? Supongo que eso que llaman pulsión de muerte debe tener algo que ver, pero como esa pulsión la sentimos todos y todas ha de haber pasado algo más. Dicen los psicoanalistas -si es que los he entendido bien- que las personas nos movemos entre pulsiones de eros y de tanatos, entre arranques de amor y de destrucción. De alguna manera esos dos motores polarizan nuestros deseos y es cosa nuestra y de nuestro entorno, reprimir o limitar dichos deseos, para poder convivir en sociedad, sin necesidad de liarse a pedradas. Hoy en día todos sabemos que agredir es malo, sí, malo, moral y éticamente reprochable, sobre todo cuando a quien agredes no es el culpable de tus males. Porque siendo sincero a pesar de que me considero un tipo éticamente aceptable, si por mi fuera pillaría a más de uno (banqueros, políticos, militares, empresarios sin escrúpulos, especuladores, etc) y como decía el gran actor galaico-catalán Pepe Rubianes les colgaba de los cojones. Yo a este sentimiento lo llamo el orgullo del pobre y supongo que para algún psiquiatra fascista también sería de esas cosas que se arreglan con un poquito de haloperidol.

Bueno retomando esto de la maldad y sus necesarios límites. La inmensa mayoría de actos violentos son causados por personas conscientes, a sabiendas, quizás desconociendo las consecuencias de sus actos, pero sin duda alguna sabiendo que aquello que están haciendo es un atentado contra el necesario respeto hacia los demás y sus vidas. Por tanto me gustaría hacer un alegato en contra de la inimputabilidad. Conozco a personas tan o más psicóticas que yo, y que como yo nunca, ni más brotados que un almendro en primavera, ni más colocados que los peces de aquel añejo villancico, han, hemos, hecho daño a nadie. Con la actual legislación esta mayoría inofensiva nos vemos legalmente anulados, somos individuos legalmente irresponsables. De esta forma es muy difícil tomar las riendas de nuestras vidas y ser considerados ciudadanos de pleno derecho. De esta forma la legislación refuerza la creencia de la peligrosidad del loco y los medios se nutren de dichas evidencias. De esta forma muchos violentos se justifican, se escudan, se esconden en su “locura” por la perversa ganancia que adquieren con su rol. De esta forma pagamos justos por pecadores, no se separa el grano de la paja y muchos verdugos quedan impunes. De esta forma no se favorece al débil, sino al delicuente.

Quizás el resumen sea lo que me dijo ayer una buena amiga por teléfono: pase que la locura sirva como atenuante, pero jamás debe servir como coartada. ¡¡¡NUNCA MAIS!!!