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miércoles, 29 de septiembre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA.

Carlos era un hombre dispuesto a la dispersión. Ya en el momento de nacer tardó en romper a llorar pese a los repetidos cachetazos de una comadrona asustada. El motivo era que ya de niño no acababa de entender ciertos lenguajes, sobre todo los hostiles, así que cuando al fin lloró lo hizo de dolor, sobre todo el que le causaba no poder devolverle la torta multiplicada hasta el infinito a aquella bruta insensible.

Así, de esta forma, creció alimentando un rencor primigenio, que canalizó con exclusas y con excusas en un mundo interior rellenado de toda aquella palabra que reprimía. Este mundo interior le hizo sufrir lo indecible en el colegio y la universidad, donde los compañeros le llamaban “empanao”, mientras él se contentaba con desearles en silencio un cáncer terminal o terminar viviendo en la terminal de autobuses, lo que les jodiera más.

En sus relaciones de pareja tampoco le iba demasiado bien. La primera chica a la que tuvo oportunidad de besar, se cansó de mirarle con los ojos embelesados y brillantes y la boca entreabierta, mientras él pensaba que no sabía qué elemento de la tabla periódica era su favorito. Al final la chica se fue hastiada y asfixiada, y él concluyó que el oxígeno no sería una mala opción.

Estudió medicina, se quería especializar en psiquiatría, pero en medio de una fiesta de derecho, en la cual el que más o el que menos iba “doblao”, tomó las dos primera decisiones in-sensatas de su vida-porque pedir a los reyes magos un Scrabble no cuenta- y conjugaría sus dos grandes pasiones: la literatura y la psicología. Así que pasada la resaca dejaría la facultad y se convertiría en escritor y paciente.

Cuando le comentó a su tutor cuales eran sus deseos éste no lo dudó ni un instante:
-Carlos, ¿estás de broma o has perdido tus facultades mentales con tanto cubalitro? -Le preguntó.
Como Carlos tardaba en responder el mismo profesor sacó su conclusión. -Lo que has perdido es el juicio, estás condenado.

-¿Pero no es acaso la vida una condena o es que nos piden permiso al nacer? Caemos al mundo sin pedirlo y después levántese quién pueda.- Le espetó a su nuevo psicoanalista ya en la primera visita. Éste le recomendó que le viniera a visitar tres veces por semana, sobre todo si no quería pagar la sesión perdida.

Carlos se encerró en la biblioteca de letras, se ganó la fama de loco, lo que le quedara de su beca se lo pensaba gastar leyendo a los grandes pensadores de la historia. Allí, en un estante polvoriento encontró un hilo del que estirar. El psicoanálisis se convirtió para él en un vicio que colocaba más que muchas drogas, ya que la mente le volaba haciendo asociaciones libres, jugando con los significados, escribiendo pequeños poemas en prosa que después de releerlos cobraban nuevas formas y sentidos. De todos aquellos camellos que le acompañaron en el desierto de las palabras, el que más le ponía era un tal Lacan. Con grelos o sin ellos Carlos devoró ávido de sabiduría todas sus conferencias, y decidió pasar a la práctica.

Volvió a la facultad de medicina decidido a defender la relatividad de todo principio y término, y cuando en plena clase de Morfología cerebral le dijo al profesor que era un neurótico farsante y gallina capitán de las sardinas, el profesor casi le acaba practicando allí mismo una lobotomía con las llaves de su coche. Desde entonces supo que su tarea no sería sencilla. Se tituló en psiquiatría, pero tuvo problemas para encontrar trabajo. Los facultativos que escuchaban a los pacientes no estaban demasiado bien vistos, y, según un estudio del grupo Jansen&Cylag que llevaba por nombre Al psiquiatra Alpha sólo le interesa la pasta, estadísticamente eran más científicos y efectivos los que recetaban Rysperdal (si era Consta mejor que mejor) a todo aquel que acudía a la consulta, incluso si lo hacía por equivocación.

Así las cosas el bueno de Carlos se deprimió y quiso poner fin a todo aquel sufrimiento. Cuando fue a despedirse de su psicoanalista, éste ya viejo le dijo:

-Carlos el fin de mis días está cerca... Has aprendido a dominar La fuerza, el odio y el rencor ya no gobiernan tu ser... Vive el momento, no pienses; siente, utiliza tu instinto, siente La Fuerza...Miedo, Ira, Agresividad… El lado oscuro ellos son. Si algún día rijen tu vida, para siempre tu destino dominarán...El poder de un psiconalista fluye de La Fuerza...El apego a las cosas nos lleva a los celos...El crepúsculo llega y la noche debe caer, así es el orden de las cosas, el orden de La Fuerza...El miedo es el camino al lado oscuro...Nuestro encuentro no fue una coincidencia, nada ocurre por accidente... El miedo te lleva a la ira, la ira te lleva al odio y ésta al sufrimiento…La guerra no lo hace a uno más grandioso...Difícil mi misión es, pero imposible no...Bien, calma, sí; a través de La Fuerza verás cosas, otros lugares, el pasado, el futuro, los viejos amigos que se fueron…No es diferente, solo es diferente en tu mente, debes olvidarte de lo que haz aprendido...Siempre en movimiento está el futuro... Muchas verdades que creemos dependen del punto de vista...Ten muy presente que tu enfoque determina tu realidad.
-Maestro Yoda usted no puede morir. -Gritó Carlos entre lágrimas, que intuía un pronto final.
-Morir yo debo y tu quedar en paz. No más lágrimas joven padawan. Mi consulta te espera.

Y así fue. Yoda murió justó al pronunciar aquellas últimas y premonitorias palabras. Su cadáver se desvaneció dejando a Carlos en la más absoluta soledad de aquel despacho. Sobre la mesa un poder notarial le transfería los poderes de La Fuerza a Carlos. Al menos durante unos años, la paz en el universo estaba asegurada.

martes, 28 de septiembre de 2010

El increíble caso de la persona crónica.

Mike sufría de un malestar pocas veces visto en la historia de la psicopatología. Para él todo era personal. Hablaba siempre de una forma cercana e íntima. Contaba todo desde su perspectiva y se jugaba su identidad en cada movimiento y en cada conversación. Enriquecía además su anecdotario con defectos personales y con cuitas que se le escapaban a los otros. Realmente personificaba a un tipo de otro tiempo. Esta circunstancia le producía múltiples problemas. Había sido expulsado de diferentes trabajos por su incapacidad para hablar en performativo. Error suyo había sido quizás el hecho de que había siempre intentado trabajar de funcionario, de cura o incluso de policía. Profesiones condenadas para él por su incapacidad para hablar en general y repetir códigos. Había también intentado ser artista multimedia, monologuista y artesano maderero, pero su personalidad lo inundaba todo. Era además una personalidad poco reseñable. Su único talento era este exceso de lo personal.

Sus contados amigos lo llevaban lo mejor que podían. Evidentemente las citas con él no eran para estar con otros y menos para presentarlo en familia. Mike estaba acostumbrado a encontrarse con sus amigos en cafés clandestinos o en bares sucedáneos y arrabales sociales. Sus amigos eran, paradójicamente, individuos altamente jerarquizados y protocolizados. Una especie de retaguardia de la normalidad gausiana. Encontraban cierto placer en revolcarse puntualmente en el personalismo de Mike. Era como una droga de uso puntual y recreativo. Aún así intentaban ayudarle. Le explicaban que era una persona crónica. Que tenía que intentar no ser tan persona. Que no todo se puede ver con sus gafas personales. También le buscaban trabajos y actividades. Le hicieron visitar todos los sitios donde necesitaban personal. El, claro, llegaba y se lo tomaba todo de forma tan personal que no pasaba ninguna entrevista. Trabajó incluso de falta personal en un partido de baloncesto pero tampoco le dieron bola.

Con todo esto sobre su espalda, Mike era feliz. Eso sí, él no lo sabía, pero algo estaba a punto de cambiar su vida para siempre. Una noche plomiza como boca de lobo, una noche de soledad como tantas en su vida, decidió que tenía que hacer algo. No podía soportar vivir en una sociedad tan impersonal, máxime cuando ésta le había excluido desde siempre. Su decisión fue tajante. Pensaba acabar con aquello que creía que cimentaba aquella enorme farsa social. Salió a la calle armado con varios sprays de pintura y se dirigió a la calle más comercial con la firme intención de remover conciencias con sus mensajes. En cada vidrio escribió estas dos palabras: diferencias personales y hubiera vuelto a su casa con la algarabía del deber cumplido sino fuera porque el dueño de una farmacia de guardia alertó a la policía de sus andanzas.

El coche patrulla no tardó en personarse. Los agentes detuvieron a Mike y lo llevaron a comisaria donde, después de un infructuoso interrogatorio, decidieron que para alguien con tanta personalidad sólo había una solución: la psiquiátrica.

Una ambulancia le trasladó al antiguo manicomio, el cual ahora se llamaba Centro de higiene mental. Allí, después de una rápida exploración, decidieron de forma unilateral que Mike debía pasar una temporada con ellos. Así que le ataron de pies y manos, no fuera a ser que tuviera un brote de agresividad contra aquellos que custodiaban el SABER del SER. Acto seguido le inyectaron la primera de las muchas inyecciones psico-farmacológicas que recibiría nuestro protagonista.

Semanas después Mike no se reconocía en el espejo. Su capacidad para entablar relaciones no había mejorado, en realidad era un tema que cada vez iba peor. Lo que el ingreso y la medicación sí habían conseguido era una absoluta despersonalización. Mike ya no era Mike, no sabía quien era, lo había olvidado, cosa que también fue considerada un síntoma por los dueños del SABER.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Wittgenstein lo sabía

Como tres macetas
buscando la luz:
del horror brotó la belleza,
del miedo repuntaron las verdades,
de la tierra surgió la bondad.

Caminante sobre un mar de niebla.

Nunca un silencio
contuvo tal estruendo,
ni se supo tanto de aquel
que nos da la espalda.
La naturaleza se erizó
de pura emoción; con cada
nuevo trazo, cada nueva
pincelada estudiada
el hombre resurgía de lo oscuro
cubierto de inmensidad.

Naturaleza muerta.

Lenguas de calor y lumbre
violentan la llama
desde su prisma hierático.
Sus raíces se enredan
sobre sí mismas, como
arabescos imposibles,
dando la espalda al tiempo.

Son tan simples, tan bellas que
tu mirada celebra la vida
desde el paradigma de lo trágico.

Noche de tormenta tras la ventana.

Las ramas no entienden
otro lenguaje que
el de la lluvia y el viento.
Nacidas sin nombre,
ni consciencia, visten
la ciudad de un civismo puro
natural.
Después de la tormenta
languidezco con ellas
mientras en nuestro interior
corre una luz
ahora naranja, luego
azul y siempre verde.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

De victorias y derrotas...

Lo vi, lo viví
como obrera cargada
de banderas y buenos,
no, los mejores propósitos
para su comunidad.

Era uno más, anónimo,
desconocido, uno más
entre cientos, entre miles
y la unión no nos daba ninguna fuerza.
Siempre la han tenido ellos,
los de siempre.

Aunque ser uno más suele sumar
a tu identidad una imagen masificada
sobre la que mirarte. Un yo ingente
que se arrastraba por Ronda Universidad
camino de plaza Urquinaona.

Hombres, mujeres
con pareja y sin ella
con hijos o sin ellos
más jóvenes o más viejos
todos empuñabamos
nuestras creencias
con la certeza de no estar
tan equivocados.

Yo lo vi, yo lo viví
y ni el calor, ni la sed
pudieron con nosotros.
Nos alimentábamos, crecíamos
con cada grito, con cada
esperanza disparada a los cielos.
Fueron cientos, fueron miles
y no fueron suficientes.

Poco antes de llegar a Colón enmudecí
y con cada carga policial fui otro
de los que huyó corriendo
con la única premisa
que me había llevado hasta allí:
no hacer daño a nadie. A NADIE.

Fue así como me perdí entre las callejas
herido para siempre en mi brazo izquierdo
y mi amor propio.

Me reencontré.

Fue en la plaza real
allí la fuente cantaba
y los turistas fotografiaban
los arcos y sus huecos.
Puede que en alguna
de aquellas imágenes esté yo
con la cara cubierta de lágrimas
sin saber que hacer.
¿Quién sabe?

Connecting people.

A veces
cuando observo
en la calle
en los bares
en el metro
a tanta gente
en silencio
con la mirada
mudada y atenta
como hipnotizados
por la pantalla de su teléfono
me pregunto:

¿Qué desconectamos
al rendirnos
a la modernidad?

Cruel hoguera para un loco.

Enmudeces tu luz
por miedo a que te ciegue;
hundes tu mirada
para no mostrar en ella
el torrente sobre el que boya; y
encierras tus palabras
entre cerrojos e interrogantes,
no fuera que el eco te diera la razón.

Más allá de tanta duda y tanto miedo
hay hogueras que consumen
la materia que elaboró tus sueños.

Al sur.

Miro al sur
a su corazón soleado
a su vientre verde
a su piel azulada
a su alma de duende.

Miro al sur
como el que indaga tras
las esquinas roídas
amarillas de polvo y olvido
de un libro reencontrado.

Miro al sur
como espora escondida
disfrazando mi impaciencia
de viento rama azul
y nubes.

Miro al sur
cuando me vuelvo al pasado
y de niño descubría
que las palabras
hacen mas reales las cosas
o al menos más creíbles.

Miro y remiro al sur
y veo mi presente tras la ventana
atento al susurro del cascabel sangrante
al fru-fru de cada hoja, por si me cuentan
aunque sea en sueños
si volveré algún día
a reconocerte.

La trastienda.

Intento atravesar mi mirada
bucear hasta el fondo de mis pupilas
y entrar en su trastienda con palabras
que derriben muros.

-Tú.- Le digo a mi reflejo.
-Nosotros.- Responde él.

Detrás de esta ventana
las cortinas bailaron un tango con el viento.

La gata sobre el tejado de Zinc.

Sus dientes marcados en la piel
fueron arena sobre las heridas.
El relog siguió su curso hasta
cerrar el círculo. Ella
volvió a escapar sobre los tejados
sólo atrapada, eso sí, para siempre,
dentro de aquella fotografía.

El tercer hombre.

Fogonazos en la noche
desfiguraron la noche dormida.
La rosa derramó su silencio de
barro y oro, como sombras,
inquietas, sobre la pared ciega.
Sin querer, o sin poder
evitarlo, el amanecer puso fin a los juegos.
La noche desnuda en su caverna
fue testigo de aquellos disparos y sus llamaradas.

Pero nadie, nadie,
respondió a su grito de auxilio.