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viernes, 27 de junio de 2008

El laberinto del tiempo


Esto pasó en un domingo sin nada de especial. Como en muchas otros, la ciudad despertó perezosa, y las gentes salían para caminar al sol, los turistas a llenar las Ramblas y sacar un sin fin de fotografías, los aficionados al deporte a correr en la Barceloneta y los más capacitados en Montjuïc; los niños a jugar en el parque de la Ciudadela bajo la mirada soñolienta de padres y madres, o sea, el ordinario día donde gran parte de las personas intentan descansar con una tregua a la rutina de la semana. Pero este sería distinto, al menos para mí. Era un domingo que aparentemente no prometía grandes sucesos, nada más que un buen paseo por las tiendas de libros del mercado de Sant Antoni. Hoy cuando escribo estas líneas me acuerdo que pensaba: quizás consiguiera comprar alguna obra interesante, ojalá la primera edición de Ficciones de Borges que desde hacía tantos años buscaba. Una vez más no la encontré, es más la sigo buscando todavía. Pero encontré un laberinto, o mejor dicho, la puerta de un laberinto que me arrepiento de haber adentrado. Años han pasado desde aquella mañana y creo que sólo ahora logro exitosamente salir de estos estrechos pasillos donde el asombro, la duda y la perplejidad me perseguían como un furioso minotauro.
El inicio de esta aventura fue cuando hojeaba una edición castellana un tanto rota de El libro del desasosiego. Mientras decidía entre llevarme este o El trabajo de las pasajes de Benjamín, que había encontrado por un buen precio dos tiendas atrás, siento una mano tocar cariñosamente mi espalda. Era Luís Elías, un gran y viejo amigo, que no veía desde hacía muchos años. La última vez habría sido en un congreso de literatura en Alejandría.
Elías, si no me equivoco, es un brasileño de padres libaneses. Sé que por motivos económicos su familia tuvo que mudarse una vez más de país. Así que desde los ocho años Elías es ciudadano de Montevideo. Allí completó sus estudios en letras, pero pocas semanas después de licenciarse ya había puesto el pie en la carretera. No se quedaba más que dos años en un mismo lugar. Se ganaba la vida escribiendo unos textos sueltos y traduciendo principalmente obras del castellano, que adoptó como lengua madre, en vez del idioma de sus padres. Es suya una de las mejores traducciones del Quijote para el árabe. Me acuerdo que cuando lo conocí ya era bastante respetado como un gran estudioso de Cervantes. Yo, por mi parte, conociendo su entusiasmo y afición por el tema, siempre lo tuve como un punto de referencia.
Al principio, cuando me giré, no lo reconocí. Sólo después de unos cuantos segundos me di cuenta que aquella figura cansada era mi amigo. Estaba vestido de negro y eso ya me causó extrañeza. En mis recuerdos siempre lo veo de blanco y azul en una tarde de luz amarilla en Alejandría. Luego percibí que también su espíritu estaba inundado de oscuridad. Su voz triste y su pesada mirada, que por instantes parecía alcanzar el infinito para dirigirse al instante a la carpeta roja que cargaba bajo el brazo. En ese momento me acordé que la última noticia que tenía de Elías era que habría pasado un largo tiempo en Israel, haciendo labores de campaña en unas excavaciones arqueológicas, descubiertas a las orillas del Mediterráneo. En esta época recibí una llamada telefónica suya, breve y confusa en la cual me hablaba sobre un fabuloso hallazgo en las primeras camadas de las excavaciones, me habló de lámparas y papeles del final de la edad media. Y que tal hallazgo no solo cambiaba la historia y la literatura, sino también la noción de tiempo en la cual está edificada la cultura occidental. Yo no le di credibilidad a lo que me había dicho, pensé que era una más de sus borracheras. Después de esta llamada simplemente desapareció.
En este efímero encuentro en el mercado de libros él sólo me abrazó, me dijo que me extrañaba mucho y me pidió perdón por lo que estaba a punto de hacer. Le rogué que tomásemos juntos un café y charlásemos un rato, pero Elías únicamente sonrió y con una expresión de alivio me entregó la carpeta que protegía y con una voz más fresca me dice:
- Che, perdoname vos... pero estoy seguro que saldrás con más tranquilidad que yo de esta armadilla de la cual me libro dejándola en tus manos.
Después, sin decir nada más, se marchó a pasos felices por la Ronda Sant Pau.
En la carpeta, un par de papeles antiguos y el resultado de una prueba con carbono 14, ¿los papeles?, unas cartas escritas con caligrafía primorosa. Estas cartas son justamente la entrada al laberinto:

Mi bien amada Dulcinea:

No puedo mas que recurrir a vos ante la tribulación que sobrecoge mi pecho. Amada mía, que siempre has inspirado mis sueños de un mundo mejor, me veo necesitado de tu clemencia y tu piedad, por este viejo hidalgo, al que han desmembrado y malherido su razón los demonios del médico y del malvado bachiller, como bien podrá juzgar gracias a vuestra elevada sabiduría y caridad cristiana. Se excusan esos dos seres tan malvados cual furibundos dragones o gigantes malcarados, que necesitaba un tratamiento de choque para abandonar mi diminuta afición por los libros de caballería y, o bien me hacían tragar píldoras de alquimista, o me encerraban en un hospicio para alienados, donde se me aplicarían sangrías y sanguijuelas en mi nevada cabeza. Pero los muy truhanes, los hijos de cien padres, pensaron en un plan más venenoso si cabe. Ahora cada noche me atan con fuertes correas a mi lecho y me recitan fragmentos de un libro que consiguió, con sus influencias en la biblioteca de Babel, el infame bachiller. El autor es un portugués, un tal Bernardo Soares; siempre pensé que no se podía esperar nada bueno de ese nido de jesuitas y comerciantes, que con tanto viaje han perdido la influencia de la única iglesia cristiana como es la católica, apostólica y romana.
Tal y como os relataba en ese libro se habla de un tiempo futuro, ojalá la providencia divina me libre de vivir un tiempo parecido, en que: los jóvenes han perdido la fe en Dios, y osa a decir que por el mismo motivo que sus padres creían en él. Sin saber por qué. ¿Cómo si no estuviéramos seguros de la existencia del Santo Padre? Me enfurece y me apena y denunciaría el caso a la Santa Inquisición, sino fuera porque han levantado un muro de 10 pies de altura alrededor de mi hogar y no me dejan salir ni a inspeccionar los terrenos que heredé junto a mi hidalguía. Hasta el pobre Rocinante parece apático y deprimido, al no poder salir a pasear conmigo.
Os pido ayuda o al menos comprensión.

Siempre suyo
Don quijote de la Mancha





Estimado Don Alonso Quijano.

Le contesto yo, Aldonza Lorenzo, sólo porque la carta me fue entregada ayer por la noche cuando volvía de labrar la tierra. No conozco a ninguna Dulcinea y por supuesto mi santa madre jamás me hubiera puesto un nombre mas propio de una pastelería que de una mujer hecha y derecha. Si en sus delirios, ya famosos en toda la Mancha, me quiere llamar de ese modo, yo natural y fresca le envió a freír espárragos trigueros, que en esta estación crecen en todas partes y se hace una tortilla de dos huevos.
Así que las cosas claras me llamo Aldonza, AL-DON-ZA.
Pero por caridad le respondo que me parece lamentable que le aten a la cama y que no le dejen salir de sus estancias. Me imagino a vuestra honorable persona abatida y cansada, como un toro al que le falte su vaca, y que vaga por el prado, castrado y deshecho.
Por otro lado ¿no le gustaba tanto leer? Pues desde pequeña me decía mi madre que en la variedad está el gusto. Así como a mí me gustan tanto el vino como el vinagre, tanto las acelgas como los tomates.
De denunciar el caso a la Santa Inquisición, conmigo no cuente. Yo no me acerco a esos curas, ni que el demonio me empuje. Además… ¿Usted está seguro que Dios existe? ¿Lo ha visto siquiera en sueños? ¿Le ha respondido aunque sea a una oración? Yo sólo sé que los curas trabajan una hora al día y tienen la alacena llena. En mi caso, ni con las doce horas que trabajamos mi marido y yo, no nos da para comer mas que unas verduras de nuestro huerto, pues la mayoría de lo que recaudamos se lo llevan los impuestos.
Ah! Se me olvidaban dos pequeños detalles: una, tengo marido, así que olvídese de frases como siempre suyo o amada mía, que mi hombre es muy celoso. Y dos, le adjunto a esta misiva el recibo del escribano, un moro llamado Benengeli, converso y de fiar, pues yo no tengo la suerte de saber leer ni escribir. Por cierto dice el moro que si no le paga le pasará factura.


Cordialmente
Doña Aldonza Lorenzo


Un engaño, tenía que ser eso, una broma pesada de mi amigo Elías. ¿Pero y si no lo era? ¿Y si las escalas del espacio tiempo se habían invertido de forma hipercúbica? Mis conocimientos de física cuántica siguen siendo limitados, pero lo que si sabía era que uno no puede adelantarse al futuro, no puede vivir un futuro en un pasado como si fuera un presente normal. Recordé los libros de Julio Verne, La maquina del tiempo de H.C. Wells. Yo había sido empujado a una espiral donde me precipitaba, por obra y gracia de mi oscuro colega, a una dimensión donde todo era posible, y que rompía los esquemas de todo dogmatismo ortodoxo.
El problema no era sólo la vigencia de las cartas, el verdadero problema era su existencia. Miles de preguntas se acumulaban en mi mente, me mareaban aturdiéndome. Tuve que sentarme en una cafetería y pedirme una copa de brandy que bebí de un trago.
Menuda faena, mi amigo sabía lo que hacía al deshacerse de la carpeta. Mire la prueba del carbono 14 y la fecha del papel y de la tinta se remontaban a finales del s. XV
Siempre me había parecido de un ingenio sorprendente el juego de autores ficticios de El quijote, como le cede la autoría de la primera novela moderna de la historia a Benengeli, lo que implica un acto metaliterario brillante y la aparición de Cervantes en un segundo plano. Pero si estas cartas son lo que parecen, o son lo que dicen la encrucijada es mayor. Por un lado estaba la existencia real de don Alonso Quijano, por otro el anacronismo histórico con la aparición de Bernardo Soares, un heteronónimo más de Fernando Pessoa, además la existencia de la biblioteca de Babel, la tortura manicomial a la que es sometido don Alonso y por ultimo la figura del escribano, que no es otro que Benengeli. Aquello era inverosímil, pero las cartas estaban ahí, y esa realidad, que cualquiera diría que era fruto de una mente maquiavélica, han supuesto para mí, como supongo que supuso para Elías, un largo y verdadero paseo por el infierno.
Mi subida al paraíso nunca llegó, ahora vivo en un constante purgatorio de preguntas sin respuesta, sólo me consuela pensar en que la realidad supera a la fantasía. Quizás haya enloquecido pero pienso que los personajes de las novelas que tanto han enriquecido mi vida desde bien pequeño, son, o mejor dicho eran personas, cuyas vidas fueron elevadas a la clase de mitos o arquetipos que perviven y enriquecen a los hombres a lo largo de la historia. Que el arte de escribir no tendría sentido sin ese reto de jugar a ser dios, manipulando, por parte del recreador, situaciones que intentan imitar a la realidad pero sin conseguirlo; pero que a su vez, desde el poder que da ser el dueño del discurso, dan una perspectiva nueva a la realidad, la focalizan hacia nuevos terrenos por conquistar, una tierra antes baldía, como el olvido o un folio en blanco, y que acaba siendo campo de cultivo. Al final lo que importa no es si don Alonso existió, y quisiera pensar que ese Bernardo Soares no era mas que un jesuita que había colgado la sotana ante la iluminación mística de un futuro sin dios, adelantándose premonitoriamente, como la versión masculina de una Casandra medieval, a un futuro que ni él mismo se imaginaba que llegaría a existir.
Lo que realmente me importa o le da sentido a todo este vericueto retorcido como tronco de olivo, es que el azar nos sitúa en situaciones límite, obstáculos que debemos intentar superar, un horizonte relativo donde todo es posible y ninguna afirmación es exacta. Si realmente existiera la maquina del tiempo dentro de esa biblioteca infinita de Babel, si realmente todo estuviera escrito, y no quedara nada por hacer. El hombre, en tanto que es hombre, estaría perdido.

martes, 17 de junio de 2008

DESESPERACIÓN!!!!!!!



22-11-06



EL ENGRANAJE DEL MUNDO




Música: réquiem por un sueño ( 2:54)


Sudor frío. AHORA CALOR. Me asfixio, hiperventilo. Vueltas en la cama, vueltas y mas vueltas. Camino por la habitación, las paredes se me caen encima, la habitación es cada vez más pequeña. Sigue el sudor frío, empieza el temblor…Controla!!!! Controla!!!! No puedo!!!

¿ Porqué le hice daño? ¿ Porqué busque refugio en aquella gente que podría haberme llevado por mal camino? ¿Por qué cogí ese dinero maldito? ¿ Porqué a las 5 de la madrugada me corte el pelo a trasquilones tuviendo que rapármelo? ¿ Porqué ya no tengo la radio que tanto he amado? ¿ Cómo estaba arriba y ahora apenas me arrastro por los suelos? No se si vale la pena seguir de esta manera, con este vacío tan dolorosa, que se clava como un puñal…no me soporto, no puedo convivir con mi mente. Mi cabeza no para, no para. Querría una inyección de anestesia como las de antes de operarte que te duermes plácidamente…¿Porqué lo dejé todo? No puedo mas, me va a estallar la cabeza…

Voy al baño. Cuchilla, aquí te tengo. Alíviame este sufrimiento. Me corto los brazos y el alivio psicológico es inmediato…sangre, posteriores cicatrices y consecuencias físicas y de salud, pero ya esta, mi mente ha parado…


Música: Lord of the dance


2 meses y medio de ingreso en una clínica. Despacho de la trabajadora social. Estoy a las puertas del alta y hay que hablar de mi reinserción socio laboral. El tema laboral me lo lleva Itinere y como integración me habla de Radio Nikosia. Sin yo saberlo, en aquel momento empezó a haber esperanza para mí, aquello era el comienzo de una gran evolución. En un mismo espacio me he integrado socialmente, he superado miedos, me he relacionado, he recuperado las energías y la motivación para escribir, para escuchar música y he encontrado el amor, de pareja y de compañerismo.
Día a día, cada compañero aporta un granito de arena a mi despertar, paso a paso cada día son pasos mas firmes gracias a Martín que confía en mis posibilidades. Tengo mi trabajo, mis problemas familiares y, al igual que todos, formo parte de una cadena de la cual no me gustan todas las piezas…pero ahora para mi Radio Nikosia es mi sistema de funcionamiento, mi engranaje en el mundo.

Si no puedes ser estrella en el cielo, se candil en tu casa.

sábado, 14 de junio de 2008

Escribiendo...




Hace algunos años, cuando descubrí la literatura y la escritura como vía de escape, como refugio de lo que estava viviendo entonces, pensaba que me hubiera gustado ser una escritora bohemia de época que tenía que utilizar un pseudónimo de hombre para que la gente la pudiera leer...ahora supongo que pienso que sería una escritora con mi nombre y apellidos.

Pienso en como se pierden los conocimientos, antes era una enciclopedia literaria y ahora recuerdo bien poco de aquella época en la que Jorge, mi admirado profesor de literatura, me ayudó, a través de los libros y de los cantautores, a sentirme bien cuando mis compañeros decidian ir a fumar y yo sentía que no encajaba, cuando los gritos en mi casa se oian hasta en el ático y en repetidas ocasiones, a mitad de la noche, nos decían a mi hermano y a mí que nos íbamos de casa...Yo entonces leía y escribía.

Mi padre, una de las personas más críticas conmigo, estaba convencido de que su hija iba a ser una destacada escritora y periodista.En su último Sant Jordi me regaló "Todo Mafalda" y en la dedicatoría afirmaba que triunfaría escribiendo. Las últimas palabras que me dirigió mi padre antes de morir fueron : "lo superarás" "sigue escribiendo". ¿ Seguí escribiendo? NO. Era incapaz, me arrinconaba y ninguna palabra me salía entonces. Mi psicóloga me decía que me puesiera a escribir palabras sueltas aunque fuera, pero ni eso.

No tengo intención de vivir de mi escritura, pero os puedo asegurara que en cada palabra que escribo pongo mi corazón. Al entrar en Radio Nikosia empecé a escribir, estaba motivada y había quien quería escucharme, al menos oirme. Ahora casi no escribo, improviso más que nada...pero me queda este RINCÓN DE LAS PALABRAS.

Es curioso como siempre hablo de un rincón, aunque tengo explicación para eso. Muchas veces he sentido, como muy bien explica Ismael Serrano en una de sus canciones que "la vida me parece una fiesta a la que nadie se ha molestado en invitarme"...pero tengo la suerte de que siempre he contado con alguien que me ha dado la mano o un buen empujoncito para salir del rincón.

UN ABRAZO Y FUERZA.

Gracias a todos los que me habeis sacado del rincón, vosotros ya sabeis quienes sois.

jueves, 12 de junio de 2008

El revés sobre el tapiz de la locura


¿Qué es la locura? Se preguntan aún los pensadores. Poseen un abanico de respuestas tan extenso que sigue siendo un misterio. Dicen algunos que es: una suerte de obsesión, un estado de ofuscación, dicen también que es soñar despierto. Afirman con una rotundidad tan vacua como científica que es la consecuencia de las travesuras de un virus, o la desestabilización hipocámpica, con esos devaneos de proteínas y hormonas; polipétdidos con nombres tan terribles como dopamina, serotonina, etc. Inhibidores o reguladores del estado de ánimo que si suben o bajan acaban bajo la tutela de un fármaco. También se dice que los locos tenemos el cerebro más pequeño, y que por eso no se procesa la realidad correctamente. Es lógico por tanto que si la realidad se nos escapa de las manos tengamos que inventarnos otra. Una distorsión de la original infinita y limitada sólo por la muerte. Hablando de muerte, hay otros que opinan que sólo es un proceso de deterioro de la mente a causa de un miedo terrible al sufrimiento, la duda singular y humana, más antigua aún que la aparición del lenguaje, ¿cuándo se acabará nuestro tiempo?

Pero ya basta de hablar de locura, devolvámosles la pelota a lo Rafa Nadal, un revés liftado en la línea que nos separa de la gente mal llamada normal. En mi opinión, y no soy un experto, siempre que uno se comunique y de rienda suelta a sus sentimientos. Evitando los obstáculos construidos por prejuicios, estigmas, sin sabores, miedos, desconfianzas; camisas de fuerza, medicaciones que emboban, mordazas a los diferente, corazas de orgullo, neurosis y complejos… Siempre que uno diga lo que le pasa por la cabeza y devuelva la pelota amarilla, con más razón que fuerza. Está practicando la locura sana en estado puro. Es, aunque no lo sepa, un nikosiano.

Nosotros no somos genios, pero hemos dado como Rimbaud un paseo por el infierno. El de la soledad, el del aislamiento, el del delirio y las voces, el de las autolesiones o los intentos de suicidio. Como Rimbaud, cantamos desde la torre más alta, ilegibles nuestros pensamientos en ocasiones, que creímos encontrar razón y dicha. Separábamos el cielo, el azur, que forma parte de lo negro, y vivíamos, chispa de oro de la luz natural.

Ahora vivimos de las candilejas que nos da nuestra fatua fama, entre periodos donde todos nuestros pensamientos se anudan como los hilos del tapiz de la vida. Un tapiz muchas veces grotesco o surrealista. Una imagen esperpéntica que retrata la sombra de lo que decimos y que nos refleja, a modo de espejo etéreo, los sueños y esperanzas depositados en este proyecto.

Todos hacemos lo que podemos, y con eso a veces no basta. Son muchas las pelotas que tenemos que devolver, muchos los que quieren ganarnos el partido pillándonos a contrapié. Tenemos que multiplicarnos, como sustancia de un futuro que forjamos lentamente, paso a paso. Con la más absoluta humildad. Con las reglas cuánticas que rigen nuestra imaginación. Y creamos, desde nuestra breve locura o desde nuestra cordura de lo disperso, el discurso fantástico que, aunque no lo parezca, nos libra de la psicosis y abre las puertas de contrabanda al mundo entero.

La música de Charlie García nos da la introducción. En el estudio se hace el silencio. La voz de los nikosianos se eleva en esa pequeña habitación, llenándolo todo, como humo de un cigarro. Empieza el programa. Durante las próximas dos horas podemos ser nosotros mismos.

lunes, 9 de junio de 2008

ENFERMEDADES INVISIBLES



Aquí comparto con vosotros una perla que escribió un buen amigo y todo un artista de los medios audiovisuales, VICENTE RUBIO.Es, además, miembro del equipo de nuestra radio hermana : RADIO YANANÁ, de Villena, Alicante. Este texto no tiene desperdicio...El estigma, hay que luchar para combatirlo!!

<< Hay quien está enfermo y no lo sabe, que pasa toda una vida sufriendo unos síntomas que denotan la existencia de una enfermedad pero no pone remedio a ello, no conoce la cura, incluso en la mayoría de los casos ignoran su propio estado de salud, se sienten bien, aunque con su enfermedad sufran esos síntomas a los que ya se han acostumbrado y por tanto lo ven como algo que forma parte de su vida.

El problema surge cuando con esas enfermedades se hace sufrir a los demás. No hablo de enfermedades como la mía, esquizofrenia paranoide, ni de otras enfermedades mentales que nos diagnostican y ponen tratamiento de inmediato, hablo de enfermedades aceptadas por la costumbre de verlas a nuestro alrededor.

Son como virus, que se contagian con solo ver como se manifiestan en los demás y para los que no hay medicamento inventado ni tan siquiera nadie que se preocupe por investigar la solución a ese problema, su cura.

Hay quien, ve a alguien sufrir, y no siente nada, le da igual el sufrimiento ajeno, incluso hay gente que no le importa hacer sufrir a los demás en busca de su propio beneficio. Hay otros que obsesionados por la búsqueda de la perfección rechazan todo aquello que no se ajuste al canon de realidad perfecta que tienen encajonada en sus mentes, no conciben la flexibilidad y la comprensión como algo necesario en la convivencia entre seres.

No hay pastillas para ellos, no hay inyecciones que alivien su sintomatología enfermiza, no hay nadie que pretenda curar la indiferencia, el egoismo, el rechazo hacia lo diferente. Estos enfermos son los que hacen sufrir a otros como nosotros y buscan el enclaustramiento del que en algún momento de su vida ha percibido la realidad de un modo diferente, inusual.

A esto se le llama estigma y somos nosotros los que tenemos que sufrir las consecuencias de su enfermedad. Lo suyo también son enfermedades mentales, o de la conducta, pero no hay ningún médico que las diagnostique ni que se preocupe por curarles, lo ven normal, normal por lo extendido, son tantos los que padecen este tipo de enfermedades que nadie se da cuenta de ello, ya son como una plaga.

No os preocupéis, vosotros los que generáis el rechazo, sabemos que lo hacéis por miedo, tenéis miedo de nosotros, de nuestra percepción diferente de la realidad, y sabemos que os han engañado, os dicen por televisión y en todos lados, que cometemos crímenes, que somos malvados. Despertad de vuestro sueño, sí nosotros soñamos despiertos, pero vosotros vivís engañados, no tengáis más miedo que la locura no muerde, tan solo es una manera de prolongar el sueño.>>

ejercicio de redacción




Estaba esta tarde hablando con Almu por el messenger, los dos estabamos algo aburridos, y me ha propuesto que escribiera algo. Yo he recordado un ejercicio típico de los cursos de creación literaria: le he pedido que me dijera 5 palabras y un sentimiento, de ahí, de la chispa ha salido este relato corto. ME lo ha puesto fácil la verdad, su elección ha sido: desván, puesta de sol, relog de arena, fotografía y diario personal. EL sentimiento es el miedo. Ahí va...


Me despierto. Aun los ojos cerrados. Tumbado en un colchón polvoriento en el desván. La siesta se ha prolongado mas de lo previsto, me he perdido la puesta de sol y una sed amarga y punzante me arrasa la boca. Estoy desnudo, paralizado, como un atleta en una fotografia. LA noche se cierne sobre mi, como alas d cuervo, como el ultimo grano de un relog de arena, oscura y desesperada. Siento un miedo terrible a moverme, o es el miedo el que interrumpe mis conatos de movimiento. No sabría decirlo, no siento nada, ni siquiera el vacio que me solía atrapar como un vértigo desconcertante. Es entonces ante esa certeza cuando descubro la duda más lúgubre y misteriosa de mi existencia fatua:estoy muerto o solo lo pienso.

DIARIO PERSONAL DE UN MUERTO.

lunes, 2 de junio de 2008

no os parece preciosa?

Tengo cosas que contar...


…La comunicación. Quizás el único motivo por el que el hombre ha evolucionado tanto. Ya se inicia La Biblia, "Al principio fue el verbo", la palabra. A partir de ahí el hombre empezó a pensar en quien era, de donde venia, a donde iba. Los nombres ayudaban a recordar, a crear lazos imaginarios entre las cosas, a explicar la realidad tanto interior como exterior. Porque una idea, por muy valiosa que sea, sino se comunica, se pierde en el vacío infinito del olvido, en la nada inmensa que se abre tras la muerte, cae por la fuerza de la gravedad en el hueco oscuro de lo no comunicado, en la sombra que dijo aquel, en el subconsciente. Es una puerta cerrada con cadenas, que se esfumarían por arte de magia, con el simple hecho de empezar un relato, fiel a uno mismo; dejando entrar en el jardín interior de cada uno al interlocutor idóneo. Si algo no quieres que se sepa, no se lo digas a nadie, eso está claro; pero los secretos son cárceles donde uno se encierra por voluntad propia, y como cárcel que es, tiene sus inconvenientes, y es que te pasas la vida atado a las paredes frías de tu silencio.

Hablar, escribir con la intención de mostrar tu interior a los demás, cultivar esa zona árida que se puede convertir en vergel, comunicarse con las manos, con una mirada, con un caricia o un abrazo; con la imagen en sepia de una fotografía antigua, pretexto, muchas veces, para las pequeñas grandes historias que guarda uno en la pátina de la memoria.

Si hay algo que no me gusta de estos tiempos es que la gente no sabe escuchar, no tiene ni tiempo, ni ganas; ni paciencia cuando tiene tiempo y motivación. La gente se camufla bajo gafas de sol, hacen oídos sordos con los auriculares, se embarcan en lecturas que solo servirían, siendo benévolo con ellas, para poder mas tarde reconocer un buen libro. Creen que pensando mal se acierta y: humillan, ignoran, aíslan, en una época en la que no hay Robinsones. Todo está hecho, prefabricado, bajo unos cánones donde la belleza es un prototipo plastificado; y donde lo que se sale de lo normal, lo que se convierte en una figura fuera de la cuadricula planificada por la sociedad es tachado inmediatamente: anulado, etiquetado con las palabras más horribles, estigmatizado, ninguneado, criminalizado, diagnosticado.

Ay… La normalidad. En un universo donde todo es posible, donde las energías fluyen desde hace millones de años creando un mapa inabarcable, misterioso, caótico y violento; aparece el hombre capaz de lo mejor y de lo peor en un mismo día. ¿Por qué es normal que los poderosos maten impunemente, ya sea organizando guerras o, explotando las materias primas de un país subdesarrollado, donde su población se muere: de hambre, de sed, de enfermedades, cuya cura no llega, porque la salud no es un derecho si hay patentes de por medio? ¿Por qué es normal que el control de las masas ocupe un lugar primordial en los presupuestos de los países? Una masa que puede que tenga motivos para quejarse, pero que por decreto pierde su libertad de expresión, de pataleo, de inconformismo. ¿Quién dice que es normal y que no lo es? Una cosa puede ser normal y nociva al mismo tiempo, pero será aceptada y respetada incluso alabada por los más necios. En cambio otra, poco habitual pero buena, solo por extrañeza, por ignorancia, por el neurótico miedo a lo nuevo, que no es mas que el reflejo de revivir un pasado de rechazo y frustración, será atacada.

Abrir ventanas al mundo, dejarse llevar en torrente por el sano impulso de conocer, no conformarse con lo aprendido sino emprender cada día el reto de superarse a uno mismo. Hay está, creo yo, la clave para una vida digna.

Yo he aprendido muchas cosas a lo largo de mi vida, desde niño, que me empujaba la comezón de ir más allá de lo que la realidad presenta como típico de un benjamín. Puedo afirmar sin faltar a la verdad que he vivido experiencias que me han fortalecido como persona, ya lo decía aquel "lo que no mata te hace más fuerte". Y yo he tenido que crecer a base de palos, con los que habría enloquecido sino fuera por la contrapartida natural que encuentra toda alma noble en la selección de las categorías de su personalidad. Sustancia del ser luchador, del no rendirse, ni resignarse, levantarse después de cada tropiezo, como una vital obligación.

Y este relato interior, donde voy descubriendo lentamente, como en un strip tease solitario delante de la luna del espejo, un cuerpo con cicatrices. Pero ante todo vivo, y libre, y valioso. Atado sólo a las costumbres de lo cotidiano. Esas pequeñas cosas que le construyen a uno la rutina de sus días. Intenta descubrir un mapa actualizado, una guía para todo aquel lobo solitario que se embarca decidido en el viaje hacia sí mismo.

Personalmente, encuentro un placer, sin más límites que los que impone el tiempo, en esas pequeñas cosas de las que hablaba antes. Una belleza singular y sublime, en saber degustar como si fuera un gran vino, el refinado sabor que deja en el paladar una rutina de amor.

Situaciones sencillas: como el te del desayuno junto a las tostadas y el yogur de mi esposa, cuando el vapor del agua hervida acompaña a una ternura llena de sobreentendidos, cuando se inicia el día con una sonrisa, muchas veces a pesar de que uno no ha dejado dormir al otro por la fuerza de su respiración. Las visitas a mis padres, reuniones donde afloran los recuerdos, los buenos y los malos, pero que a pesar de todo, lo bueno, y lo malo también, nos unen deseos de mutuo bienestar. Las cenas con ese grupo que formamos con amigas en las que yo que soy el único hombre, soy una más. Las charlas en la taberna de la esquina con mis vecinos, regadas de refrescos y risas, chistes sobre los conceptos de nación, exaltaciones de la sexualidad viril de los ancianos, que responden con carcajadas a los comentarios disparados por los jóvenes como yo, agradecidos y a la vez con un toque de ironía en la mirada, como si quisieran decir que ni tanto ni tan poco. Los largos paseos en compañía de la fiel “Luna”, nuestra pequeña Joirside. Los prolongados ronroneos de mi gatita, mimosa y traviesa por igual, de la que admiro su limpieza exhaustiva y su curiosidad. Las horas en que me siento a escribir y me dejo llevar por la meticulosa labor de encontrar palabras que den sentido a mi vida, un poco lo que estoy haciendo ahora en esta sala de espera, liberando de mi mente un discurso que me ayude a ordenar las ideas.

Aunque la labor de escribir sea para mí más una afición que una profesión, me empeño como un artesano de los de la vieja escuela, un ebanista por ejemplo, en pasar una y otra vez el guillame y el papel de lija puliendo a la vez que das forma a la desalmada madera, imprimiéndole carácter, deshojando la superficie inerte hasta que aflora el corazón, mi corazón.
El acto de escribir sería como una suerte de coreografía que bailas al tempo de la música que resuena en tu cabeza. Tienes que estar tanto por el buen hacer de tus pasos como los de los que te rodean, evitando un posible traspiés que daría por tierra la labor ensayada a fuerza de sudor y empeño. Hablo de la descripción, del monólogo interior, del narrador testigo, de la meta-literatura, del diálogo, de los sucesos que aportan las claves de un misterio que se puede resolver con fantasía. Todo en su sitio, a la espera de su turno, de que le toque salir a escena para mayor o menor lucimiento de la obra. Escribir es todo un arte. Pero si por algo me gusta, si por algo disfruto tanto con esta manía mía de colocar cada cosa en su sitio a la espera del juicio de un lector amigo. Es que es un arte solitario. Un contrapunto a mi vida llena de personas que me aprecian o me aman, que me hablan de su historia, que me hacen reír y llorar, que me emocionan, me estimulan a seguir en el camino sin bajar los brazos, ni detenerme, ni volver sobre mis pasos. Personas que me comprenden pese a que no siempre uno encuentra ese término preciso que resolvería la duda planteada en esos momentos en que se te ensombrece la mirada y te sientes perdido…
* * *

En el reloj de la sala de espera las agujas marcaban las doce en punto. En cualquier momento se abriría la puerta que comunicaba con el despacho del médico y una enfermera con voz hermética le pediría que pasase. Allí un viejo y aburrido oyente, calvo y rechoncho, de voz dubitativa y grave; amante de las grandes tragedias operísticas y con tendencia a cerrar los ojos y dormitar por el sopor que le producía su adicción al güisqui, mientras duraban las afligidas explicaciones de sus pacientes; haría como si se preocupase por Raúl durante cuarenta y cinco minutos exactos. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Todo eso con el pacto tácito de abonar noventa euros al acabar la sesión.

Pero ese momento no había llegado y Raúl seguía divagando para sus adentros.
* * *
…Perdido, como cuando te sales de la senda y te adentras en la selvática y frondosa maleza, en busca de aventuras, pero también sin más meta que sobrevivirla, para después poder contarla, orgulloso de tu hazaña. Es como cuando te bloqueas en una frase, suele ser en medio del barullo que has montado en el nudo de un relato, sujeto al vértigo que te produce la ansiedad, latente y en aumento, por intentar elegir el camino correcto en un cruce de caminos. ¿A la izquierda o a la derecha de ese viejo roble?

Es ahora cuando me pregunto qué me ha traído aquí. ¿Acaso me siento perdido?, yo no diría eso. Es más un miedo a la muerte. Las pesadillas de las últimas noches, que si en sí ya son molestas, encima han sido recurrentes tienen mucho que ver. No es agradable sentir como caes en un pozo abierto ante ti, sin querer y que no hay a lo que asirse, ni rama ni cuerda de riel. Sólo un vacío, una nada succionadora y envolvente como niebla al amanecer.

No se lo he comentado a nadie, y quizás por eso siento miedo y estoy aquí. Para que me suelten una explicación racionalizadora, pero realmente me va a solucionar algo explicárselo a un desconocido. De acuerdo, puede darte una perspectiva nueva, como esos personajes secundarios de las novelas, cuya función, en sí, es ayudar en momentos de turbación al protagonista. Pero también puede resultar que no me ayude, llevo un buen rato reflexionando, divagando en mis soledades en esta incómoda butaca.

Tal vez sería mejor que escribiera lo que siento, sobre lo que me importa, sobre muchas de las incoherencias y paradojas de esta sociedad en las que nos atascamos por cansancio, por vernos solos ante la inmensidad, como náufragos de la corbeta de la comunicación…

Las agujas habían recorrido un cuarto en la sala de espera cuando se abrió la puerta y una enfermera preguntó por Raúl Velasco, aunque no había nadie más en la sala.
-Soy yo.- Respondió Raúl.
-Pase por favor el doctor le esta esperando.
-¿Está sentado? –Preguntó entonces Raúl en un impulso.
-Sí. – Respondió la enfermera contrariada, a lo que añadió -¿Por qué lo pregunta?
-Para que no se canse de esperar. Me largo de aquí, tengo cosas que contar.
-Pero ¡Oiga!
Raúl la oyó, pero hizo caso omiso. Se levantó de aquella incómoda butaca, y salió de la consulta de aquel psiquiatra, el cual, al enterarse de lo ocurrido, recriminó a la enfermera por no haberle cobrado la terapia pérdida. Como ya no había nada que hacer se sirvió un güisqui mezclado con una píldora de Aprazolam, con lo que durmió plácidamente durante un buen rato. Hasta al cabo de tres horas no tenía más visitas.